Reseña de: Minoica, Eduardo Padilla y Ángel Ortuño (bonobos, 2008)
Pocos poetas publican un libro juntos. Si no se trata de una antología de poesía (en la que se publican sólo a ellos o por un prurito de censura no se incluyen invocando una imparcialidad siempre discutible) o de un manifiesto, raro en estos tiempos “posmodernos”, si no se trata de algo así, repito, entonces las plumas dudan y la desconfianza y la sospecha se apoderan de cada una de las partes. En ocasiones quizás sólo sea el temor a ser comparado con otro, miedo al comentario incriminante de las coincidencias o las “contaminaciones”. O, simplemente, es raro entre poetas tanta simpatía. Poco más común es que un poeta en ciernes se deje influenciar por el director del taller al que asiste o por el editor, seguramente también poeta, de su primer libro; latente en sus poemas estará la voz del mentor, guardaespaldas armado con su propio nombre. Por eso Minoica (bonobos, 2008), publicado por dos poetas, es un libro raro. Al fin y al cabo una isla, lejana en tiempo y espacio.
Simpatía suficiente se dio entre Eduardo Padilla (Vancouver, 1976) y Ángel Ortuño (Guadalajara, 1969) para que amalgamaran este libro, que si bien está dividido en dos, “Serpens Kaput” del primero, e “Ilécebra” del segundo (cada quien con lo suyo), de todas formas mantiene un tono ácido, violento, insolente y terrorífico a lo largo de las dos partes. Los poemas arremeten brutales con imágenes retorcidas que estremecen los músculos, como si algún animal extraño de aquella isla lejana detenida en el tiempo, tal vez un minotauro, pasara junto a nosotros. “Lo que nos une nos separa/ así como lo que separa al canibalismo de la autofagia/ es lo que une a la familia,” escribe Eduardo Padilla. Y, por el otro lado, escribe Ángel Ortuño: “La media de un bastardo. El zapato/ de una prostituta. En la camisa/ menstrual/ van las cuerdas del piano.”
Los diferencia el ritmo, el largo aliento de Padilla y el corto de Ortuño, la desmesura del primero y la sobriedad cortante del segundo, las anécdotas, en buena medida biográficas o sacadas de paratextos del primero, y las imágenes abstractas, a veces herméticas, del segundo. Pero los acerca el humor y una reticencia al realismo, una inmersión en montajes contranaturales, combinaciones inesperadas de significados e imágenes. Si hay realismo en estos poemas, es creacionista. Es decir, una realidad interna y oblicua creada por cada poema.
La simpatía llegó a ser tal que ninguno de los dos se dejó hundir por la paranoia de las “contaminaciones”, habría que hablar incluso de una simbiosis de dos parásitos, uno alimentándose del otro y viceversa. Por eso Minoica es un libro que hay que leer de manera intercalada, de forma no lineal. Eduardo Padilla y Ángel Ortuño son la diástole y sístole de un libro-isla, teratológico y estremecedor.
Ángel Ortuño ha publicado además Las bodas químicas, Siam, Aleta dorsal. Antología falsa y Boa. Por su parte, Eduardo Padilla cuenta con dos libros publicados: Wang Vector y Zimbawe.
Colaboración: David Jurado, uno de los maravillosos colaboradores y amigos de Pipenta
Imagen: «To Beauty», de Otto Dix, 1922