En el mundo del fútbol se pueden ver cosas maravillosas. Jugadas espectaculares de atacantes habilidosos, atajadas increíbles de guardametas voladores. Pero el mundo del fútbol también es el marco idóneo para llevar a cabo las pendejadas más imbéciles que se puedan hacer en la vida. Para ejemplo, estos dos botones que tienen como punto en común aguja y tinta:
A) Ay, el pinche dinero
Así se puede titular la historia de Simon Hart, ciudadano inglés aficionado —qué decimos aficionado: fanático— del Manchester City, archirrival del Manchester United. Pues bien, al saber que Wayne Rooney, el ícono del ManU, estaba a punto de ser fichado por el City, salió corriendo con su tatuador de cabecera para inmortalizar la transferencia sobre su espalda. «Rooney City Legend», se mandó escribir, algo así como «Rooney, leyenda del City».
Con lo que no contaba Hart era con la viveza del atacante: la presunta negociación fue más bien un pretexto para que Rooney mejorara su situación contractual con el ManU, equipo con el que firmó para seguir jugando otros cinco años. Eso, o con que Rooney se moría por seguir siendo pareja del Shisharitou. El caso es que Hart se quedó rayado y alborotado, y con 500 libras menos en el bolsillo.
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B) Verde que te quiero verde
El otro aficionado-fanático orate vive en Colombia y es fan del Atlético Nacional de Medellín. Ávidos de demostrar su cariño por el club y sus colores, los aficionados buscaban maneras novedosas de dejar patente su apoyo al equipo verde. Así, ni tardo ni perezoso el joven, de 24 años, rompió su alcancía y se tatuó en el torso la playera de su equipo, consistente en rayas verdes intercaladas con blanco, que en su caso fue sustituido por color piel.
El sujeto aprovechó la ocasión para rendir un homenaje a Andrés Escobar, defensor colombiano que fue asesinado después de la participación de Colombia en Estados Unidos 1994. Según se dijo entonces, un narcotraficante se molestó por la eliminación de la escuadra cafetalera del certamen, situación que ocurrió luego de un autogol de Escobar.
Como sea, ahora el jugador ha quedado inmortalizado en el cuerpo del aficionado… al menos hasta que éste se muera.