Se acabó. Llegó, como se dice normalmente, la hora de verdad. La cuenta regresiva para el Mundial Sudáfrica 2010 ya está prácticamente agotada y estamos a pocos —muy pocos— días del partido inaugural. Y entonces sí, comenzará la fiesta del fútbol, esa que se repite cada cuatro años y que despierta pasiones entre los futboleros y también, cómo no, entre los que odian el deporte de las patadas.
¿Qué podemos esperar de la Selección Mexicana? Esa es la gran pregunta. Aquí en este espacio coincidimos en que no tenemos ni puta idea. Los partidos de preparación que se hicieron en Estados Unidos fueron, en realidad, una suerte de teletón para recabara fondos. La mentada gira europea no dejó a nadie contento, y todo hubiera sido peor de haber perdido con Italia. El caso es que se ganó y el Tri siguió generando más dudas que certidumbres. Ni siquiera se puede decir que cuando termine el partido contra Sudáfrica podremos hacer previsiones: la selección es tan bipolar que si da un buen partido, seguramente el siguiente será malo. Y viceversa.
Nadie se atreve a echar las campanas al vuelo. Porque, ¿dónde podrían volar? La realidad es que a México le falta mucho para llegar a colarse entre los grandes —ya saben: Brasil, Argentina, Inglaterra, España y demás— pero también es cierto que, cuando juegan de verdad, hacen que hasta los más incrédulos se la crean. Entonces, no hay de otra: hay que sentarse y esperar a ver qué pasa. Los que crean en dios, pues récenle si quieren.
La Selección llega desgastada a Sudáfrica. Desgastada en su imagen, porque cada vez somos más incrédulos sobre sus posibilidades; desgastada anímicamente, porque los jugadores no se ven tan convencidos de lo que está haciendo Aguirre. Destaca, por ejemplo, Andrés Guardado: un día sale y dice que le caga estar en la banca y luego se retracta y dice que hará todo para abonar al equipo. Un caso similar debe ser Guillermo Ochoa, que ha sido un poco más cauto al momento de hablar pero que tiene, se ha ventilado, cierta molestia por no jugar. Porque, ya se sabe, el Mundial es un escaparate. Una cosa es cierta: Aguirre no pudo convencer a nadie, ni a sus jugadores, de que gente como el Conejo Pérez todavía tenía cabida en la selección. Del Bofo y el Venado ya mejor no hablemos: son tan intermitentes como una serie navideña.
Habrá que estar atentos a lo que hagan el Shisharitou Hernández, Carlos Vela, Giovani dos Santos, Efraín Juárez y Pablo Barrera. De ellos dependen, en mucho, las aspiraciones de México en Sudáfrica. De ellos y no, por ejemplo, de Cuauhtémoc Blanco, que ya va de salida. Eso sí, ha demostrado que tiene más ganas de jugar que el Bofo.
Por otra parte, todo el mundo va a estar pendiente de los dos grandes jugadores del momento: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Les toca demostrar, por su lado, por qué son considerados los mejores futbolistas de esta era. Difícil misión. Todo mundo anticipa ya el fracaso de Francia (y a México le toca abonar en que se cumpla) y las expectativas en torno a España, último campeón de la Eurocopa y con una importante racha sin perder, son muy altas. Morbo hay. Es más: sobra.
Llegó el Mundial. Todo lo que se ha dicho, escrito, criticado está demás. Ahora sí viene lo bueno. Que ruede el balón.