De colores

Para festejar sus 20 años de carrera en las artes visuales es la retrospectiva de Abel Galván en el ex convento del Carmen. El jardín de la memoria es un repaso por la obra del artista que se asume generación con Sergio Garval, Carlos Vargas Pons, Roberto Pulido, Enrique Monraz y Samuel Meléndrez. 20 años de carrera reunida por todo el centro cultural para describir una trayectoria de esas que hablan mucho, pero dicen poco.

Es una sensación que surge desde una de las polémicas más largas y discutidas en la historia del arte: fondo-forma, idea-técnica, discurso-soporte o como el estimado lector desee nombrar a la dupla. Según algunos estudiosos del arte contemporáneo la belleza ya no es un valor que define lo que es y lo que no es arte, y esta cualidad es la que define mejor la obra de Abel Galván: bonita, colorida y armónica. No necesariamente bien hecha, pero sí entretenida. Mi hipótesis sobre Abel Galván no pretende descalificarlo, pero supone al creador más como diseñador que como artista visual. Sabe bien unir colores pero se queda analfabeta en el lenguaje abstracto y figurativo.

La obra durante los 20 años de trabajo de Abel Galván muestra un estilo consistente pero muy poco de evolución y vanguardia. Se contenta sobre esa la línea entre lo tradicional y lo contemporáneo y creo que esa sensación de inconsistencia se debe, sencillamente, a la falta de ideas. Su obra no resulta de un proceso contemporáneo y se estaciona en la mera espectacularidad de lo tradicional. Baña bicicletas, botes, puertas, más bicicletas y hasta un automóvil de pintura, ejercicio seguramente divertido, pero ante los resultados, suele no suceder nada. Ni pregunta ni responde ni discute ni enfrenta ni señala ni inquieta ni sensibiliza ni descubre ni… Abel Galván es un buen diseñador, y si se visita El jardín de la memoria bajo este supuesto, resulta un recorrido agradable.

opinión: Dolores Garnica