El hombre que amó a un caballo

Mientras Hollywood languidece en medio de una crisis de talento y originalidad, el género documental ha cobrado una fuerza inusitada en Norteamérica. De los devaneos editoriales y efectistas de Michael Moore (Bowling for Columbine, Fahrenheit 9/11) a la crudeza imparcial de Andrew Jarecki (Capturing the Friedmans); de la denuncia aguda de obras como The Corporation o Super Size Me, a la magistral frialdad de Errol Morris, maestro de la nueva generación de documentalistas, el género se ha vuelto tan audaz y necesario en un mundo donde paradójicamente hacen falta fuertes dosis de realidad para interpretar los resquebrajamientos de las sociedades contemporáneas.

En esa línea surgió Zoo, polémico filme que tomó por asalto el pasado festival de cine de Sundance. El documental narra la historia de «Mr. Hands», un hombre que murió tras practicar sexo con un caballo en 2005. Lo que la película devela es el submundo de la zoofilia y cómo un grupo de personas, en apariencia comunes y corrientes, se contactan por Internet y luego se citan en una granja para compartir su muy particular obsesión. La crítica ha señalado que esta cinta, dirigida por Robinson Devor, resulta perturbadora porque arroja una mirada humanizante a un grupo de personas generalmente proscritas por la sociedad, y ha destacado sus cualidades artísticas y cinematográficas. Falta ver si este filme se estrena comercialmente más allá de Estados Unidos.