El clon de Tom Cruise

“Tener hijos es el opio de pueblo”, escribió el autor estadounidense Chuck Palahniuk. Una acertada paráfrasis podría decir: “Los hijos son el opio de Hollywood”. Lo cierto es que la manera en que algunos de los actores más poderosos de la Meca del Cine conciben a sus vástagos —y cómo convierten el alumbramiento en un circo, alegando precisamente lo contrario: el derecho a su privacidad—, ha alcanzado a últimas fechas caminos insospechados; dignos, en efecto, de algún filme… una película mediocre pero taquillera.

Habría que recordar, primero, un antecedente. Durante la década de los ochenta, la excéntrica Mia Farrow llenó su casa con diez niños adoptados. Más allá de la evidente exageración, la protagonista de Rosemary´s Baby estaba en todo su derecho: tenía suficiente espacio para acomodarlos y dinero para mantenerlos. Sin embargo, la felicidad de su jardín de niños privado se vio enturbiada por su aún más extraño compañero sentimental de ese entonces: Woody Allen se enamoró incestuosamente de la adolescente Soon-Yi. El episodio es bastante conocido y desembocó en la escandalosa ruptura de la pareja.
Nunca hay que subestimar la capacidad de los seres humanos para superarse a sí mismos. Y en materia de extravagancias, Hollywood se pinta solo. Por ejemplo, Angelina Jolie y Brad Pitt literalmente secuestraron Namibia para que nadie los molestara durante el alumbramiento de su hija Shiloh. La estrategia incluyó la prohibición de la entrada al país africano a cualquier periodista extranjero y la expulsión de varios paparazzi. El gobierno de Namibia le había otorgado a la dupla “Brangelina” estatus de jefes de Estado, de visita real. La Sociedad Nacional de Derechos Humanos llegó incluso a denunciar el comportamiento de los guardaespaldas de la pareja y de la policía local, pues llevaron a cabo registros injustificados en casas de residentes en busca de fotógrafos ocultos.
Nada de lo anterior se compara con la expectativa que rodeó a Suri, la hija de Tom Cruise y Katie Holmes. Nacida el 18 de abril pasado, la primogénita de los “Tomcat” estuvo oculta a la luz pública durante cuatro meses. Los chismes y suspicacias no se hicieron esperar en Hollywood. ¿Existían realmente la pequeña? ¿Era todo un montaje? ¿Estaría sana? ¿Era una niña normal? El mismo Cruise alentó el morbo antes de que naciera su hija. Una bizarra declaración suya le dio la vuelta al mundo: afirmaba que se comería la placenta tras el nacimiento del bebé, como parte de un rito de la Iglesia de la Cienciología, de la que es miembro devoto. Los rumores crecieron a tal grado que incluso amigos cercanos a la pareja, como la española Penélope Cruz, declararon que habían visto a Suri y que era “hermosa”. Qué lindo. ¿Pero dónde estaba? Las cámaras esperaban hambrientas.
El misterio se reveló finalmente en la edición del mes de octubre de la revista Vanity Fair. En la portada aparecieron los sonrientes padres y la enigmática Suri. La imagen fue reproducida por los medios internacionales, la pareja “Tomcat” se declaró indignada por todos los chismes y, en apariencia, se le dio vuelta a dicho capítulo. Los paparazzi, satisfechos, apuntaron sus cámaras hacia nuevos y jugosos objetivos.
Pero aún queda en el aire una cuestión perturbadora. Basta con analizar detenidamente la fotografía de Vanity Fair para darse cuenta. Suri no se parece a Tom Cruise: es Tom Cruise. Es idéntica. Más que su hija, es su clon. De hecho, la pequeña está dentro de la chamarra del actor, de la que sólo asoma la cabeza, como si fuera un alien saliendo de su pecho. ¿Es acaso la pequeña Suri una obra de su siniestra secta? Lo más inquietante son los ojos del bebé: son los de un adulto. No hay infancia en esa mirada…
Haciendo a un lado estas especulaciones que parecen salidas de una novela de Ira Levin (que bien podría llamarse The Stepford Babies), está claro que los hijos de algunos famosos son sometidos a un espectáculo deshumanizante. Y se convierten en algo muy parecido a esos objetos de las ferias de pueblo que flotan dentro un frasco de contenido gelatinoso. Algo que nos mira desde el otro lado del cristal pero que no atinamos a definir qué es. El resultado de un experimento en busca de la felicidad. O la publicidad.