La corbata de Sadam

El año se acabó con una ejecución magistral: ninguna pizca de error ni un desfiguro en los rostros de los verdugos. Sadam Husein, el dictador derrocado por las bombas de Washington, fue colgado con una soga amarrada del cuello. Y dejó de respirar. Así de sencillo.

El iraquí pidió morir con la cabeza descubierta, con una copia del Corán en la mano, con la reiteración de su fe: no hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta. Según las crónicas periodísticas, Husein no dio ningún mensaje al pueblo. Quizá el pueblo ya sabía el siguiente paso: tras la ejecución, una ola de atentados acumuló 70 muertos sólo en las calles de Bagdad, en un lapso de 16 horas.

George W. Bush, deseoso de celebrar con su familia el Año Nuevo, se congratuló de la aplicación de la pena capital, decretada en noviembre de 2006, y dijo que la ejecución se trató de “un hito importante”, como si existieran hitos irrelevantes, en la construcción de la democracia en Irak.

Sin duda, 2006 fue un buen año para los dictadores. (La foto que ilustra esta entrada es de AP).