De la belleza de la expresión depende la belleza de un acto moral. Decir que lo hermoso decreta ya que va a serlo. Falta probarlo. De ello se encargan las imágenes, es decir, las correspondencias con las magnificencias del mundo físico. El acto es hermoso si provoca, y hace desvelarse en nuestra garganta, el canto. Algunas veces, la conciencia con la que hayamos pensado un acto reputado como vil, el poder de la expresión que debe representarlo, nos obliga al canto. La traición es hermosa si nos hace cantar.
Al volverme fuerte soy mi propio dios. Dicto. Aplicada a los hombres, la palabra belleza me indica la calidad armoniosa de un rostro y de un cuerpo a lo que se añade, a veces, la gracia viril. La belleza va acompañada entonces de movimientos magníficos, dominadores, soberanos.
Cuando se pierde un miembro, me dicen, el que queda se hace más fuerte. Esperaba yo que el vigor del brazo derecho cortado de Stiliano se hubiera acumulado en su sexo. Imaginé durante largo tiempo un miembro sólido, aporreador, capaz de las peores desfachateces, aunque al principio me intrigase lo que de él me permitía conocer Stiliano: el pliegue único, pero curiosamente preciso, sobre la pierna izquierda, de su pantalón de tela azul.
Ahora que estoy escribiendo, pienso en mis amantes. Querría verlos embadurnados con mi vaselina, con esa suave materia, un poco mentolada: querría que sus músculos estuvieran inmersos en esta delicada transparencia sin la cual sus más caros atributos son menos hermosos.
Imágenes: De Pierre et Gilles, el dúo de franceses, uno de los mayores exponentes del kitsch y lo provocador, a punto de inaugurar su primera retrospectiva en el Stadtmuseum de Múnich.
Texto: Fragmentos tomados de “Diario del ladrón”, de Jean Genet
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