Animal tropical

“A ninguno le molestaba la suciedad del otro. Ella tenía un chocho un poco agrio y el culo apestoso a mierda. Él tenía una nata blanca y fétida entre la cabeza del rabo y el pellejo que la rodeaba. Ambos olían a grajo en las axilas, a ratas muertas en los pies, y sudaban. Todo eso los excitaba”.
La cita proviene de El Rey de La Habana, la novela donde Pedro Juan Gutiérrez narra las desventuras del pícaro Reynaldo, refugiado en el submundo cubano debido a una acusación en su contra por la muerte de su madre y su hermano.
Gutiérrez (Matanzas, 1950) es un animal tropical. Posee una imaginación desbordante para generar atmósferas decadentes y llenas de miseria. Su fuente de inspiración es La Habana y la provincia cubana; modelos de degradación y desencanto. Después de 26 años de ejercer el periodismo, renunció y se dedicó enteramente a escribir una descarnada biografía de Cuba.
Es pornográfico, violento, autorreferencial. Es poeta, ensayista, novelista, cuentista, pintor. Fue fabricante de helados, cabo raso, albañil, locutor de radio, dirigente sindical. Sus libros, por supuesto, se leen mucho más en el extranjero que en la isla. Él reside en La Habana, en la azotea de un viejo edificio.

La garganta profunda

Dentro de la gran garganta, ¿qué se puede encontrar? ¿La felicidad, el augurio, la desilusión? Fenton Bailey y Randy Barbato se aventuraron a encontrar la respuesta: una vida llena de contradicciones; de idas y venidas, literalmente. Ellos realizaron el documental sobre Linda Lovelace, la primera estrella del cine porno. Después de Deep Throat vino el diluvio. Punto. Bailey y Barbato reconstruyen una historia marcada por la desgracia: la vida de Lovelace, quien tras brillar en el celuloide húmedo renunció a su linaje y se dedicó a dar conferencias en contra de la pornografía. Se trata de un documental impecable que explora el tiempo y el contexto de Deep Throat, marcado por la censura del presidente Nixon. La vida familiar, los amigos, el entorno social; Deep Throat como punto de partida. Y a partir de ahí, el resto.

Diarios íntimos

“Tenía la vulva como a mí me gusta, bien carnosa”, describe Bruna Surfistinha uno de sus tantos encuentros con mujeres en clubs swingers de São Paulo, durante sus años como prostituta free lance. Surfistinha forma parte del boom de mujeres que llevan al papel sus historias íntimas, sus encuentros pasionales, sus currículos sexuales.
Todo comenzó con La vida sexual de Catherine M. (2001), donde la francesa Catherine Millet relataba sus encuentros amorosos. Después vinieron la china Wei Hui (Shangai baby) y la italiana Melissa P (Cien cepilladas antes de dormir). Y el mundo se arrodilló ante las confesiones sexuales de jovencitas precoces.
Lo más reciente corresponde a la brasileña Raquel Pacheco, Surfistinha, quien comenzó con un blog y pronto, ante la popularidad, pasó al material impreso. En El dulce veneno del escorpión relata sus años familiares, su ingreso a la prostitución, sus “habilidades” sexuales y hasta brinda consejos. Es un libro entretenido, con una eficaz fórmula para atraer lectores lúbricos.

La vida es bella

La anécdota de la cinta Nine songs es sencilla: una pareja en Londres pasa el tiempo follando y asistiendo a conciertos de rock. En sus ratos libres, trabaja: ella como mesera, él como documentalista. De fondo y sobre el escenario: Franz Ferdinand, Black Rebel Motorcycle Club, Primal Scream, The Bon Vondies, The Dandy Warhols.
Ella es Lisa (Margo Stilley); él es Matt (Kieran O’Brien). Juntos forman una pareja extremadamente cachonda, que inspecciona las grutas del placer sexual. Michael Winterbottom (24 hour party people, Welcome to Sarajevo) no se tienta el músculo de la moral y, como expresó en las entrevistas de presentación de la película, su cinta explora la intimidad de una pareja sin la intención de crear porno duro. Aunque parezca. Y aunque las conciencias frágiles den frentazos a las paredes.
Winterbottom tiene el acierto de retratar la escena rocanrolera londinense, de llevar al espectador a las salas donde palpita el rock del nuevo siglo, y se infiltra en la recámara de un par de jóvenes sin inhibiciones a la hora de jugar al amor. Una película para ver en soledad o en compañía.

El mundo de las entrañas


Desde la época del Renacimiento, cuando se realizaban disecciones públicas en anfiteatros de universidades como la de Bolonia, el interés por abrir una ventana al interior del cuerpo humano y observar su funcionamiento ha ido in crescendo. Con el paso de los siglos, el perfeccionamiento de las técnicas de conservación de cadáveres no sólo ha facilitado el desarrollo de la anatomía sino que ha alcanzado niveles artísticos.
El más claro ejemplo es el polémico doctor alemán Gunther Von Hagens, creador de la plastinación, que ha convertido la exhibición de cadáveres en muestras que le dan la vuelta al mundo con enorme asistencia de público.
El Foro Polanco de la Ciudad de México alberga desde marzo pasado (ya son cinco meses de éxito) una exposición inspirada en el trabajo de Von Hagens. El cuerpo humano real y fascinante resulta tan impactante como reveladora. Mezcla de paseo didáctico y museo de los horrores, de curso de ciencias naturales y performance conceptual, muestra crudamente los complejos mecanismos de esa maravillosa maquinaria que es el cuerpo humano, pero también sus miserias y enfermedades. Mirar cada “modelo” es mirar un espejo inquietante: vísceras somos y en vísceras nos convertiremos.

Pudor en el Tamayo

Lo bueno: podemos observar una muestra de los perversos trazos de la pintora estadunidense Lisa Yuskavage en la ciudad de México. Lo otro: que los óleos y acuarelas en exhibición guardan la mejor de las composturas y evitan levantar sospechas entre los biempensantes, pues la artista radicada en Nueva York se distingue por remover los nervios hasta de los más liberales.
En la exposición (Museo Tamayo Arte Contemporáneo, del 22 de junio al 17 de septiembre) pueden observarse piezas formidables, donde la sexualidad y el cuerpo femeninos se explotan sin concesiones. Aunque con pudor. En apenas unas cuantas gráficas puede navegarse en los mares perturbadores de Yuskavage, como en el óleo Heart (1995). Aquí, una rubia de grandes pechos y coronadas aureolas, de rodillas y completamente desnuda, se inspecciona la vagina con la mano izquierda, como si introdujera algún instrumento para darse placer. Su rictus, en trance.
En la imagen se muestra el óleo Surrender (1998) y, rendidos, caemos ante la imaginación de Yuskavage.

La pluma del patólogo

No es lo mismo sostener la pluma que el bisturí. Pero a Francisco González Crussí no le tiembla ninguno de estos instrumentos. Reconocido patólogo mexicano que durante años ha radicado en Estados Unidos, donde ha trabajado para el Children’s Memorial Hospital de Chicago, es también un notable ensayista cuyos libros —originalmente publicados en inglés— están siendo traducidos al español.

La editorial mexicana VerdeHalago ha puesto recientemente en circulación dos de ellos: Animación suspendida y Mors repentina. Con escalofriante lucidez, Crussí reflexiona sobre la preservación de las partes corporales y la grandeza y miseria del cuerpo humano. Hombres come-placentas, hermafroditas incomprendidos, cuerpos humanos desollados para permitir el estudio de la anatomía y tumbas que se profanan en busca de material para la disección, se dan cita en estos textos de lectura imprescindible.

Metinides, un ser querido

El fotógrafo Enrique Metinides (Ciudad de México, 12 de febrero 1934) comenzó a los doce años y no paró en los siguientes cinco decenios. Su archivo lo completan más de catorce mil imágenes y, de los años postreros de su carrera periodística, varias horas en video. Como anales de la muerte y la desgracia en la ciudad de México.

En la Celda Contemporánea de la Universidad del Claustro de Sor Juana se exhiben, del 21 de junio al 18 de agosto, distintas series fotográficas captadas por Metinides. Entre ellas, una clásica de la iconografía de la nota roja mexicana: la de la mujer que debe conseguir un ataúd para sacar el cadáver de su hijo de las instalaciones del Servicio Médico Forense. Horror y calamidad.

Metinides, tocado por un espíritu artístico, concibió composiciones perfectas que no menosprecian los cánones periodísticos ni el lenguaje cinematográfico; de las páginas de La Prensa a las salas de museos y galerías.

En 1996, justo en su 50º aniversario de carrera, Metinides recibió el Premio Espejo de Luz. Aquí está el link, con una nota de Fabrizio León y algunas fotografías: http://www.fotoperiodismo.org/source/html/espejodeluz/enrique.html