¿Qué ha sucedido que de pronto estamos en un jardín extraño? Nada esperado, pasó de repente y sin buscarlo, ahora estamos cautivos en este lugar de formas familiares y a la vez extrañas, círculos perfectos, disposiciones irregulares, racimos verdes, acuosos, envolventes. Estamos, sin embargo, en el centro de una ciudad enorme, pero este es un oasis inesperado y llamativo. Es un extraño recibimiento y encuentro con un sistema atrayente, que supuestamente debería estar alejado del punto en el que estamos, y lo está, irreal, alejado incluso del momento, de las posibilidades. Pero está ahí, rodeándonos: resulta perfecto.
Las formas que nos rodean parecen estructuras orgánicas, células, manchas de óxido, de humedad, grupos de hongos o de piedras redondeadas, musgo, estanques. Parecen también estructuras mecánicas en tamaños poco usuales. Tal vez hemos disminuido nuestra estatura, o crecimos demasiado, pero las escalas nos confunden bellamente. Pero tal vez sea por eso que hacen sentir familiaridad en medio del extrañamiento. Algo nos hace reconocerlas como si estuvieran implícitas en todo, en las formas que hemos conocido por intuición y que nos son dadas. El jardín, aún sabiéndolo artificial, se siente íntimo y personal, invitante.
Y a los pocos pasos sucede algo más, también extraordinario: quedamos envueltos en un concierto de grillos y cigarras, un sonido resonante y sumamente reconocible que da la bienvenida a cualquier casa a la que nuestra memoria quiera llevarnos. Sensaciones de paz, inquietud o fascinación salen de algún lugar dentro del jardín, o de todos los lugares, los sonidos nos rodean y entran suavemente a la imaginación.
¿Hemos caído ahí por comer algún trozo extraño ofrecido por un conejo blanco? ¿qué extraños personajes irán a salirnos en este lugar? Parece que los grillos están creciendo, o mutando, o multiplicándose. Parece que las plantas no terminan de desplegarse a nuestro alrededor. Parece que estamos atrapados en el mecanismo de un reloj de hierba en una tierra fantástica de gigantes, enanos y otros seres mágicos.
Las manecillas se han detenido en una historia no contada pero imaginada, en la historia que alguien ahora podría estar escribiendo, pensando en un jardín radial, un mecanismo verde y chirriante, con insectos cantarines y metálicos, en un lugar al que llegamos en un sueño, o en un torbellino, pero del que no queremos salir para llegar a casa.
Colaboración de Yara Patiño sobre «Aquí y ahora, jardín radial», de Jerónimo Hagerman en Lugar Cero, un nuevo espacio cultural al aire libre auspiciado por la Fundación del Centro Histórico en ciudad de México.