El 16 de julio de 2009, Lionel Barber, director del Financial Times, ofreció esta conferencia en medio del debate internacional sobre el cobro de contenidos en internet. La respuesta de Barber es simple: sí, la industria de la información debe explorar otros modelos y cobrar por el contenido publicado.
No encontré la conferencia en español, y como la considero bastante buena, se las ofrezco aquí. La original, en inglés, la bajé de Press Gazette y la foto la publicó The Guardian. El motivo de la charla de Barber fue un encuentro de la Media Standards Trust en la Academia Británica.
¿Por qué importa el periodismo?
Por Lionel Barber
Vivimos los mejores y los peores tiempos para ejercer como periodista, especialmente si se es un periodista de negocios. Los mejores, porque nuestra profesión tiene una oportunidad única para informar, analizar y comentar la crisis financiera más grave desde la Gran Depresión de 1929. Los peores, porque el negocio de las noticias está sufriendo el impacto cíclico de una profunda recesión y los cambios estructurales impulsados por la revolución de internet.
Estos factores han producido una desaceleración en algunos sectores, especialmente en la industria periodística. La semana pasada, durante un viaje a Colorado y el Valle del Silicio, fui sometido a un alud de preguntas sobre la salud del Financial Times. El FT se encuentra en un momento perfecto, respondí, ante la sorpresa de algunos. Un distinguido reportero del New York Times no quedó convencido: “Estamos todos en el mismo barco”, dijo, “y al menos nos vamos a hundir todos juntos”.
Esta noche mi tarea no es presidir un velorio, sino abogar por el periodismo y explicar por qué una prensa libre tiene un papel vital en una sociedad democrática. También me gustaría ofrecer algunos consejos para el futuro, destacando los desafíos que enfrentan los que ahora llamamos “medios tradicionales” y hacer algunas consideraciones de por qué el buen periodismo no sólo puede sobrevivir sino incluso prosperar en la era digital.
Permítanme comenzar con una nota personal. Mi padre Frank Barber fue periodista durante 51 años. Dejó la escuela a los 15, sin otras habilidades que su fuerte deseo por superarse. Comenzó de copy boy en el Leeds Weekly Citizen. A partir de ahí se abrió camino por el Yorkshire Evening News, el News Chronicle de Londres, el Sunday Times y la BBC World Service, como subeditor, corresponsal extranjero y comentarista. Debió contagiarme su pasión por el periodismo: hace poco más de 30 años, comencé como practicante en el Scotsman de Edimburgo y mi hermano hizo lo mismo, cuatro años después, como aprendiz en Reuters en Londres y Nueva York.
Antes de caer en la nostalgia, debo subrayar que en la casa de los Barber había poco espacio para teorizar sobre el periodismo. Quien preguntara “¿Por qué importa el periodismo?” habría sido visto con asombro, cuando no con desprecio. Nuestra vocación por el periodismo y la palabra impresa fue instintiva, no calculada. Como Frank habría dicho: “Escribo, luego existo”.
Treinta años después, como ha reconocido el Media Standards Trust, hay que volver a los principios y abogar por el periodismo. En parte porque la recesión e internet están socavando el modelo de negocio que ha mantenido al periodismo desde finales del siglo XIX. Internet ha alterado los flujos de ingresos y está derrumbando drásticamente las barreras para ingresar al negocio de las noticias. Como señaló The Economist: “El negocio de vender palabras a los lectores y vender lectores a los anunciantes, que ha sido su labor en la sociedad, se está cayendo a pedazos”.
Aún más importante, internet es un reto para nuestra concepción del ejercicio periodístico. Para algunos, la revolución digital representa libertad: una ruptura decisiva del oligopolio de los viejos medios de comunicación hacia un mundo más democrático, más innovador y con una mayor participación cívica. Para otros, esta revolución es un cambio profundo en la manera en que las personas se relacionan con las noticias. Se amenaza con socavar el papel de los medios como intermediarios de confianza o guardianes entre el público y las autoridades, como lo han sido en nuestras sociedades democráticas. Éste es un tema que abordaré más adelante.
Democracia
El británico Lord Northcliffe, magnate editorial y fundador del Times y el Daily Mail, entre muchos otros periódicos, una vez declaró que “noticia es lo que alguien, en algún lugar, quiere suprimir; todo lo demás es publicidad”. Esto tiene más de un grano de verdad, pero debemos tener cuidado de no idealizar el negocio de las noticias. Tenemos que ser concientes de sus limitaciones, así como de su valor intrínseco.
Como escribió el ensayista estadounidense Walter Lippmann en su obra seminal Opinión pública, los periódicos no tratan de echarle un ojo a todo lo que hace la humanidad. Por su propia naturaleza, las noticias son selectivas, dependen de los editores y del gusto de los lectores. Como observó Lippmann: “La prensa es como el haz de un reflector que se mueve sin descanso, sacando un episodio y luego otro de la oscuridad a la visibilidad”. En otras palabras, debido a su gran selectividad —literalmente, su parcialidad—, noticias y verdad no son necesariamente la misma cosa.
La democracia y el periodismo tampoco son sinónimos. En la antigua Grecia no existió el periodismo. El periodismo británico evolucionó bajo una monarquía constitucional. El de América, que operó bajo un poder monárquico y colonial, precedió a la democracia. Pero como Michael Schudson ha observado en su excelente libro ¿Por qué las democracias necesitan de una prensa incómoda?, “donde hay democracia, o cuando hay fuerzas dispuestas a llevarla a cabo, el periodismo puede proporcionar diferentes servicios para ayudar a establecer o mantener un gobierno representativo”.
¿Cuáles son esos servicios y por qué importan? Una vez más, me pongo en deuda con Schudson para el establecimiento de algunas categorías fácilmente comprensibles. En primer lugar se encuentra la función de informar a la ciudadanía. Esto es primordialmente educacional, otorgar herramientas para la toma de decisiones políticas y participar en el autogobierno. Por lo tanto, para recurrir otra vez a la imagen de Lippmann: “Las noticias nos dicen cosas que de otra manera no sabríamos”.
Tal periodismo “informativo” toma muchas formas diferentes: puede ser una entrevista con un empresario o un político, el informe de una audiencia judicial o el debate en la Cámara de los Comunes, o incluso un despacho de la primera línea de una guerra. El punto esencial aquí es que el periodismo informativo permite a los ciudadanos tener contacto indirecto con las personas del poder o las instituciones del Estado, para comprender mejor cómo funciona la sociedad, tanto en beneficio propio o en contra.
La notificación de casos judiciales penales, por ejemplo, refuerza la conciencia pública sobre la capacidad del Estado para proteger a sus ciudadanos a través del sistema de justicia. Esa información es intrínseca a la sociedad civil. Por eso debería preocuparnos la desaparición de los periódicos locales que tradicionalmente dedicaron mucho esfuerzo y espacio a la cobertura de los tribunales de justicia locales y, de hecho, del gobierno local.
La segunda función del periodismo en una democracia es la de vigilancia. El periodismo de investigación —en oposición al informativo— es, por su naturaleza, un periodismo de confrontación. Su objetivo es evitar los abusos de poder y exponer la conducta inmoral, no ética o ilegal de los organismos o las personas. La tradición de investigar se remonta a los inicios del siglo XX, cuando los periodistas entonces considerados a sí mismos sensacionalistas expusieron las iniquidades sociales y la corrupción en las grandes ciudades de Estados Unidos. El periodista de investigación es un contador de verdades con estilo propio, intrépido frente a la censura oficial y con la conciencia de que los ciudadanos en una democracia tienen el derecho de mantener a raya a la gente poderosa.
Con mucho, el ejemplo más famoso de periodismo de investigación es el escándalo Watergate. Lo revelaron, entre otros, dos periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, y terminó con la renuncia del presidente Richard Nixon. En retrospectiva, el Watergate pudo ser, al mismo tiempo, una maldición o una bendición para el periodismo norteamericano. La película Todos los hombres del presidente, inspirada en el Watergate, hizo célebre un ideal periodístico al que muchos aspiran. Pero también pudo motivar a una generación de cínicos con poca fe, o ninguna, en las instituciones políticas norteamericanas. Pero ésa es otra historia.
Gastos
Más cerca de casa, el ejemplo más reciente fue la exitosa publicación en el Daily Telegraph del abuso sistemático en los gastos parlamentarios. Me quito el sombrero por el Telegraph y el editor Will Lewis, un ex colega de FT, por su búsqueda valiente y diligente de una historia innovadora. Muchos detalles del gasto parlamentario nunca se habrían conocido y habrían permanecido ocultos por nuestros representantes electos en la Cámara de los Comunes. Y a pesar de que la fuente —en este caso un disco de computadora— fue adquirida a cambio de dinero, existen pocas dudas sobre el interés público de la historia.
Por el contrario, la intervención de teléfonos realizada por el News of the World plantea graves interrogantes sobre la práctica del periodismo y el interés público. News International, propietaria del News of the World, así como el Sun, Times, Sunday Times y el Wall Street Journal, sigue considerando la intervención telefónica como una operación aislada, incluso después de que ésta llevó a la cárcel a uno de sus ex corresponsales británicos. También es preocupante la noticia de que News International, en secreto, pagó a al menos una víctima del hackeo 700,000 libras en compensación, según reveló The Guardian.
Como The Guardian señaló acertadamente, la prensa no puede esperar inmunidad ante las preocupaciones de la gente por el acceso a bases de datos y la información personal, ya sea grabaciones de circuito cerrado, expedientes médicos, cédulas de identidad o teléfonos móviles. Más importante todavía: la prensa tiene que ser muy cuidadosa ante el peligro de ponerse por encima de la ley —en este caso, la Regulation of Investigatory Powers Act 2000 (bajo la cual el reportero del News of the World fue encarcelado) o la Data Protection Act 1998—. La ley hace una defensa del interés público que puede ser invocada en los tribunales, pero ésta se haría añicos ante los jurados si el público supone que la prensa trabaja a partir de la intrusión de la intimidad. Por otra parte, el equilibrio entre la intimidad y las leyes contra la difamación —que podrían ser un obstáculo más grande para el periodismo de investigación serio— deben ser revisadas.
La tercera función del periodismo es el análisis. Explicar un caso complicado o un proceso de una manera comprensible. Sin la intención de convertir esta conferencia en un anuncio del Financial Times, debo decir que nos enorgullecemos de nuestro periodismo de análisis —y la crisis financiera mundial nos ha dado un gran escaparate para hacerlo.
Desde el principio, la crisis mostró un alto grado de complejidad. Exigía un sofisticado entendimiento de los mercados de crédito y de los riesgos del apalancamiento financiero y el uso de deuda para complementar la inversión. Gracias al reporteo de Gillian Tett, nuestra editora de mercados de capital, el FT pronto tomó ventaja en la cobertura de la crisis. También nos benefició nuestra red mundial de corresponsales, con capacidad de informar y analizar los hechos al momento de ocurrir: desde el descalabro de los oligarcas en Rusia, las intervenciones monetarias sin precedentes de la Fed, del Banco de Inglaterra y del Banco Central Europeo, el rescate de Dubai en el golfo Pérsico, y la abrupta caída en el crecimiento económico en China. El punto a tener en cuenta, por supuesto, es que los el periodismo de análisis, sobre todo con una historia mundial, cuesta mucho dinero.
La cuarta función del periodismo en una democracia es lo que Schudson define como la empatía social. El buen periodismo, ya sea en forma impresa, en la televisión o en la radio, puede dotar a los ciudadanos de un sentido más profundo de su comunidad. La cobertura de la educación, la medicina y la religión podría ser descrita como de alta empatía social. Los restaurantes, los coches, las celebridades (piénsese en los funerales de Michael Jackson, cubiertos por todas las principales cadenas de televisión en Estados Unidos), podrían encajar en el extremo inferior. Un ejemplo más elocuente —y uno del que fui testigo de primera mano— fue la cobertura de los atentados del 11 de septiembre y sus secuelas. Lo más memorable fueron los retratos del New York Times de cada una de las víctimas en las Torres Gemelas, con el título “El reto de una nación”. Fue periodismo norteamericano en su mejor forma.
La quinta función es la de servir como un foro público. La forma más básica en la prensa es el espacio para las cartas al director. Una innovación más reciente, que comenzó en Estados Unidos en la década de 1970, fue la creación de la “op-ed”. Esta página —que por lo general acompaña las páginas de cartas y de artículos y editoriales— no sólo es un foro para los escritores de casa, sino también para columnistas invitados y expertos que ofrecen una variedad de puntos de vista sobre problemas actuales. La radio y la televisión también pueden desempeñar un papel importante, aunque la creación de los “talk shows” no haya mejorado la calidad del discurso público. Más importante, internet ha masificado el concepto de foro público, permitiendo a los lectores comentar y opinar sin la mediación de los medios tradicionales. Volveré a este tema en breve.
La opinión pública
La última función del periodismo es la de movilizar a la opinión pública, ya sea por razones partidistas o no. Grandes campañas pueden cambiar la historia y las leyes. La incansable campaña del Times, bajo la dirección de Thomas Barnes, para la aprobación de una Ley de Reforma estableció el camino hacia el sufragio universal. La campaña del Sunday Times para llevar a los autores del atentado de Omagh a la justicia es un testimonio más reciente de la valentía y la persistencia de directores y periodistas. Las recientes campañas para prohibir las bolsas de plástico, detener la introducción de las tarjetas de identificación o imponer la rendición de cuentas de Haringey por los servicios sociales en el caso Baby P, han tenido una influencia directa sobre el gobierno británico.
Varias de las categorías que he indicado son complementarias o coincidentes. El periodismo de guerra, por ejemplo, puede ser a la vez informativo y de investigación. Piensen en la masacre de My Lai o los abusos en la prisión de Abu Ghraib y recuerden la advertencia de Philip Knightley de que a menudo la verdad puede ser la primera víctima de la guerra. El periodismo de investigación también puede abanderar una campaña pública. Me vienen a la mente las historias sobre la talidomida del Sunday Times. El valor de este periodismo se hace aún más claro cuando echamos un vistazo a los países en que esas mismas actividades están prohibidas o severamente restringidas.
Por ejemplo, frente a todos los avances económicos y sociales impresionantes en China en la era post Mao, existen límites tangibles a la libertad de prensa y el intercambio de información. Las autoridades son muy sensibles de la cobertura a la disidencia en cualquier forma, ya sea el Falun Gong, los separatistas tibetanos o las familias quejándose de la laxitud de las normas de construcción después del terremoto de Sichuan. Existe un caso en que las autoridades retiraron sin explicación un perfil de 3,500 palabras del presidente Hu Jintao publicado en el Financial Times. Después se nos informó que los censores de Pekín no estaban conformes con una referencia al papel anterior de Hu como jefe del partido en la Región Autónoma del Tíbet.
En Rusia, la extensión del control estatal sobre los medios durante la era Putin y la eliminación gradual de los periódicos de propiedad privada han creado un clima de autocensura que recuerda la era soviética. El periodismo crítico se ha convertido en una ocupación peligrosa. Destacados periodistas, en particular Anna Politokovskya de la Novoya Gazeta y Paul Klebnikov de Forbes, han sido asesinados en represalia por sus reportajes sobre la guerra en Chechenia y la delincuencia organizada. Como el Comité para la Protección de Periodistas ha registrado, unos 20 periodistas han sido asesinados durante su trabajo en Rusia desde el año 2000.
En resumen: el periodismo importa no sólo porque es una manifestación de la disidencia, sino porque es una expresión de la pluralidad. Las sociedades abiertas no sólo toleran los puntos de vista alternativos, sino que entienden que los diferentes polos de opinión son el alma de una democracia sana, basada en un gobierno representativo. Por el contrario, las sociedades cerradas desean ejercer el control sobre los canales de información, ya que amenazan la legitimidad y el poder del gobernante o el partido gobernante. No es difícil imaginar cuál modelo es mejor.
En línea
Quisiera ahora referirme a internet y examinar la forma en que ha comenzado a transformar nuestra comprensión del periodismo. Tres cambios son dignos de destacarse. En primer lugar, los periodistas ya no controlan la información ni la recopilación de las noticias ni deciden qué es importante y qué no lo es. Gracias a la World Wide Web, los consumidores pueden, cada vez más, informarse de lo que quieren a través de muchas fuentes diferentes. La web permite a los consumidores vincularse, a través de las redes sociales, y crear sus propios intercambios de información, sin pasar por el filtro de los medios de comunicación tradicionales.
En segundo lugar, los ciudadanos se están convirtiendo en sus propios editores. Cuando buscamos en internet ya no somos consumidores pasivos de noticias. No estamos solamente leyendo historias sino que al mismo tiempo buscamos, como cazadores, respuestas a través de múltiples fuentes. Y aunque los agregadores de noticias son relativamente nuevos, como Google y Yahoo, representan un mundo de diferencia entre la palabra impresa del periódico o la palabra hablada de la televisión o la radio. Dispositivos como el teléfono móvil son los nuevos oídos, los ojos y la piel, con capacidad para tomar fotografías, grabar voces y responder al tacto en tiempo real.
En tercer lugar, internet ha puesto en duda la idea del periodismo como un contador de historias, en palabras de Tom Brokaw, el presentador de televisión estadounidense. Gracias al espacio ilimitado en internet, los sitios web de noticias pueden ofrecer documentos, antecedentes, líneas de tiempo, diapositivas, primicias en video y muchas otras formas de información que todavía no se inventan. La experiencia de los consumidores es más rica, más profunda y más rápida. Y esto ha incrementado enormemente la base de conocimientos de todo el mundo.
Este nuevo mundo digital es un reto y una enorme oportunidad para la prensa establecida. En el Financial Times, en el que hemos sido pioneros en el concepto de la sala de redacción integrada, los periodistas trabajan sin problemas para las versiones impresa y en línea. Segmentamos y armamos nuestra ofertas de noticias globales en los dos medios simultáneamente, las 24 horas. Vemos la web como un complemento esencial de nuestro negocio tradicional, el impreso.
También sabemos que el nuevo periodismo no está exento de deficiencias. Somos concientes de los riesgos de borrar la distinción entre lo que podría describirse como un periodismo “artístico” y otro de “mano de obra”. Por “artístico”, me refiero al periodismo que es propiamente verificado y que ha pasado por una serie de filtros para la precisión, el buen gusto y la legalidad.
El periodismo de “mano de obra” es muy diferente porque se basa principalmente en la opinión en lugar de en hechos comprobados. Podría adoptar la forma de los tweets de Twitter y los mensajes de Facebook en las calles de Teherán, los primeros esbozos de una gran noticia. Este periodismo se encuentra entre la comunidad de bloggers de todo el mundo, quienes cada vez tienen mayor influencia en la imposición de la agenda noticiosa.
Permítanme hacer una advertencia sanitaria. Los bloggers han revelado historias importantes y lo seguirán haciendo. Pienso en Mayhill Fowler, quien reveló las controvertidas opiniones de Barack Obama sobre armas y religión, durante las elecciones presidenciales de 2008. Más cerca, fuimos testigos de una gran primicia de Guido Fawkes, el blogger de Westminster, quien reveló que Damien McBride, un alto asesor del primer ministro Gordon Brown, había enviado mensajes de correo electrónico para proponer una campaña de calumnias contra el liderazgo del Partido Conservador.
Por otra parte, la mayoría de los bloggers no operan bajo las normas de quienes aspiran a un periodismo de calidad. A menudo se complacen con presentar los rumores como hechos, argumentando que los lectores pueden intervenir para corregirlos si están equivocados. Rara vez se dedican a la búsqueda de una noticia original: el pan y la mantequilla son la opinión y sus comentarios. Por su cultura de la inmediatez, frecuentemente les interesa más ser los primeros que estar en lo correcto. Y hay una buena razón para ello. En palabras de Michael Arrington, blogger de tecnología en California, “rápido es barato; exacto es caro”.
Tampoco quiero sonar extremista. El periodismo británico ha premiado la primicia y durante mucho tiempo ha borrado la frontera entre noticias y comentarios. El aumento de los bloggers puede ser el último suspiro de nuestra era de condescendencia, no sólo en la política, sino también en las costumbres sociales de Gran Bretaña, Estados Unidos y donde sea. No quiero decir que la web ha restado valor al periodismo. Por el contrario, ha creado oportunidades para mejorarlo. Las organizaciones noticiosas especializadas tienen la oportunidad de prosperar. La mediocridad se encuentra en más riesgo.
Repensar el modelo
Es vital que las organizaciones tradicionales aprovechen el poder de los nuevos medios para garantizar y demostrar que el periodismo de calidad puede prosperar. Esto requiere un dominio tecnológico, aunque no necesariamente en detrimento del legado de las empresas. Y también se requiere de voluntad para replantear radicalmente el modelo de negocio que ha mantenido al periodismo durante el siglo pasado o más.
Repensar el modelo puede llevar a terrenos peligrosos. The Washington Post se metió en problemas por la idea, mal cocinada, de ofrecer a los lobbyists encuentros con funcionarios de gobierno a cambio de dinero, aderezada por el hecho de que las reuniones tendrían lugar en casa del dueño del Post y en presencia de un editor y otros periodistas experimentados. El plan fue abandonado, después de los daños que causó a la reputación del Post como una empresa independiente y no como un broker.
Un camino mejor es que las organizaciones hagan lo que mejor saben hacer y se enfoquen en lo que las diferencia del resto. Lo mismo puede ser el deporte o la cobertura de celebridades, o simplemente una larga reputación de servir al hombre y la mujer común. Entender en qué se es especial, distintivo y original es el primer paso. El segundo es establecer una plataforma en línea capaz de cobrar por el contenido, ya sea por artículo o por un paquete de suscripción.
El FT ha sido pionero de un modelo en el que un número limitado de artículos se ofrece al usuario en línea como “degustaciones”, antes de que se le pida suscribirse. Registramos un aumento sostenido en los ingresos como resultado de esta estrategia de cobrar por la calidad y las noticias de nicho con contenido global, crucial en un momento de poca publicidad. Muchas organizaciones se están decantando por el cobro de contenidos, como el New York Times, que primero se había inclinado por el acceso libre. Todavía está en el aire cómo funcionan estos modelos y cuántos ingresos pueden generar, pero pronostico que en los próximos 12 meses casi todas las organizaciones noticiosas cobrarán por sus contenidos.
Sin nuevas fuentes de ingresos, el periodismo de calidad se marchitará. Quizá no imaginamos el precio que pagaremos. Un precio que debe medirse no sólo en puestos de trabajo, sino en algo más duradero y valioso. El periodismo forma parte intrínseca de las sociedades libres. Cierto, el periodismo no es perfecto, nunca lo ha sido ni lo será; por naturaleza regularmente es incómodo, sobre todo para el poder. Pero importa y lucharé por él hasta último momento.