“No nos dejó plantados, lo que pasa es que está siguiendo una historia aquí en la feria. Pero llegará”.
Los invitados a la celebración por los 40 años de la editorial Anagrama “disculpaban” así la momentánea ausencia de Jon Lee Anderson, el reportero estadounidense que ha cubierto más de una decena de conflictos armados, que ha perfilado a varios de los hombres más poderosos (y peligrosos) del siglo XX, que fue testigo de alguna desavenencia conyugal de Hugo Chávez y que, por encima de una entrevista con un jefe de Estado es de los que prefiere darle su tiempo a las historias que un vendedor de croissants neoyorquino puede contarle sobre su barrio.
Finalmente llegó. La de este 2009 era su primera Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Español perfecto (vivió en Cuba durante la etapa más dura después de la caída del bloque soviético), 1.90 metros de estatura, mirada fija puesta por igual en sus compañeros de mesa y el público asistente, Jon Lee habló poco, apenas unas palmadas orales a la monumental obra de Jordi Herralde, timón de Anagrama, aplicando así lo que tantas veces ha reiterado en entrevistas y seminarios sobre periodismo: la mejor cualidad del periodista es la de saber escuchar.
¿Qué historia habrá detectado en Guadalajara? ¿Qué personaje habrá ameritado la atención de una de las plumas que mejor ha retratado (según su amigo Juan Villoro) “las tempestades de la Tierra” en las dos últimas décadas? Valdrá la pena buscar sus textos durante los próximos meses para enterarnos. No por nada ya le han colgado milagritos del tipo El Heredero de Kapuscinski, injusta etiqueta para alguien que bien pudo haberle dado lecciones al legendario periodista polaco.
Lo que sí sabemos después de su debut en la FIL es que la caminó, y mucho; que presentó su más reciente libro, El dictador, los demonios y otras crónicas, una monumental recopilación de sus crónicas, por fin en español, sobre España y América Latina, publicadas en The New Yorker; que estuvo en el cumpleaños de Anagrama; que firmó decenas de libros, con evidente incomodidad ante los halagos y las preguntas grises («¿Cómo evita la empatía con algunos de sus entrevistados para lograr la objetividad?». «No lo sé, intuición», respondió) y que se sentó a hablar de periodismo con un amigo: el periodista y editor peruano Julio Villanueva Chang, quien ya publicó un reportaje de él en su revista Etiqueta Negra, donde pedía la cabeza del dictador liberiano Charles Taylor. Queda clara su postura ante la pretendida objetividad periodística.
Junto a Chang y el mexicano Javier Solórzano, un viernes por la mañana en la FIL, se le vio más relajado. Y sus palabras se multiplicaron:
- “No me fío del todo de la intuición. Bastante confío, pero no del todo”. Anderson sabe que tiene un olfato privilegiado para hacer retratos que difícilmente veremos en otro lado de García Márquez, Bagdad, La Habana, Pinochet o Río de Janeiro, pero jamás deja de cotejar datos, citas, números…
- “Sé mucho más de la vida de Paris Hilton de lo que yo quisiera. ¿Estamos condenados a ser tontos?” Si ya hay tanta información basura en el planeta, “¿para qué voy a aportar más?”, se pregunta el autor de La caída de Bagdad, el relato más completo sobre la fallida aventura militar de George W. Bush por la antigua Babilonia.
- “Nuestro deber es con el gran público, no con el sujeto entrevistado”. Al periodista, nacido en 1957, le importa poco si lo que escribe le sienta mal a sus entrevistados. Nunca les promete nada, y si creen que será benévolo con ellos, “ése es su problema”.
Anderson estaba a punto de terminar su intervención en la FIL 2009. Alguien le cuestiona que sí, que es muy lindo todo lo que cuenta sobre el tiempo que le brinda la gente de The New Yorker para hacer sus reportajes, que es una bendición el dinero que recibe para corroborar los cientos de datos que acumula por reportaje o los viáticos con que cuenta para viajar por media España y relatar el circo montado alrededor de la exhumación de los restos de Federico García Lorca, fusilado por el régimen de Francisco Franco.
Sí, todo eso es muy bonito, pero –pregunta la joven estudiante jalisciense–. ¿qué pasa con los reporteros que trabajan en medios que no se interesan por el periodismo de investigación y apenas nos dan dos días para trabajar “a profundidad” un tema?
“No duermas”, le responde Anderson. “En Bagdad hubo semanas en las que dormí tres horas al día”.
Jon Lee Anderson no es condescendiente con un Nobel colombiano ni con el rey Juan Carlos I de España (indispensable leer El dictador, los demonios y otras crónicas). ¿Por qué iba a serlo con esa estudiante que lo fue a escuchar a la FIL?
texto: Enrique González/foto: © Cortesía FIL Guadalajara/Michel Amado Carpio