Ella es tan bonita como una de esas chicas del este de Europa. Ojos grandes, nariz afilada, piel blanca y boca pequeña: Marina Abramovic fue una de las primeras artistas visuales que se escarbaron en el videoarte hace más de 30 años. Su obra duele y seduce. A veces libera y otras veces funciona como espejo del espanto guardado en todos los interiores.
Performance extremos desde los setentas. Abramovic en Balkan Baroque (Barroco balcánico) sentada sobre 1,500 huesos de ternera frescos que ella lava durante seis horas cantando canciones de cuna de su patria desaparecida, la antigua Yugoslavia, la limpia de etnias después de una de las más cruentas guerras civiles en los últimos años. Ella automutilada sobre un bloque de hielo esperando a que un espectador la salve en Thomas Lips. “Cuando me corto el dedo mientras pelo papas en mi cocina me siento vulnerable y podría llorar. Cuando me hiero delante del público no me importa, puedo hacer prácticamente de todo, no existen más obstáculos y tengo la sensación de libertad total”.