¿Cuánto vale la gloria? ¿Una vida humana? ¿Cuántos miles de pesos? ¿Un ojo de la cara? ¿De qué sirve un prestigio construido en condiciones amañadas? ¿La sed de gloria de alguien vale tanto como para sacrificar a otro sujeto?
Estas preguntas nos vienen a la cabeza ahora que La Inesperada vuelve a pasear sus huesos por este rincón. Ahora se cargó a Marco Antonio Nazareth, boxeador que murió ayer, miércoles 22 de julio, como consecuencia de los golpes que recibió el sábado en la pelea contra Omar Chávez, hijo de Julio César. Y nos hacemos todas esas preguntas por una serie de informaciones que ya comienzan a circular y que dan mucho de qué pensar. Por ejemplo, que el púgil en cuestión había perdido cuatro de sus últimos cinco combates; que tenía ocho meses sin subirse a un ring —la última fue en noviembre de 2008 en Aguascalientes—; una mala valoración médica que autorizó que peleara; que iba a recibir 15 mil pesos por la pelea y cosas por el estilo.
Los números, que fríos son, hablan de qué tan dispares eran las condiciones en que subieron Omar y Nazareth al ring: mientras el hijo de Chávez llegó con un 17-0 —esto es, 17 victorias, trece de ellas por nocaut, y cero derrotas—, el también conocido como El Texano acumulaba un modesto y más bien malo 8-4. Pero, dicen lo que saben de esto, se trata de una práctica mañosa para que los hijos de Chávez (de Julio César, no de Hugo) emulen las viejas glorias de su padre: les ponen rivales de mediano pelo y fuera de forma —bultos, según el argot—, para que se vean súper poderosos, hábiles e invencibles. Sin bien es cierto que se trata de un caso de excepción, que no todas las peleas de box terminan en tragedia y lamentablemente ahora les tocó a estos dos, lo cierto es que el mismo José Sulaimán, presidente del Consejo Mundial del Boxeo, ha dicho que «hay que indagar minuciosamente sobre las condiciones en las que se llega a un combate, para que no haya peleas disparejas. Hace falta ser más estrictos en este tema». Ya ahogado el niño…
Por otra parte, también nos encontramos la historia de Hebert Alférez, jugador del Atlas de Guadalajara que durante un entrenamiento recibió accidentalmente una patada en el ojo derecho. Como consecuencia, el futbolista se desvaneció, después tuvo maeros y, lo peor, corre el riesgo de perder la visibilidad del ojo. ¿Puede un tuerto jugar futbol a nivel profesional? ¿Un equipo le abriría un lugar en sus filas? No lo sabemos. Por lo pronto, el jugador tendrá que esperar hasta el sábado para recibir un diagnóstico más preciso. Eso sí: ya puede decir que, literalmente, jugar fútbol le costó un ojo de la cara.
Y todavía hay quien va por el mundo diciendo que hacer deporte es sano y garantiza un mejor estilo de vida. Nosotros por eso mejor volvemos a la pregunta inicial: ¿cuánto vale la gloria?