Desde el aljibe llegaban señales de una vida paralela: nuestros sueños no eran más que burbujas que tropezaban con unos cuerpos indiferentes, unos cuerpos vacíos que anulaban el sentido de nuestra escritura. Carecíamos de temporalidad. Nuestro idioma era un vuelo a través de las ambigüedades del discurso ancestral: procedíamos por atajos.
Suspendo el sentido y abro la página de mi primera ilusión. Texto paralelo/texto móvil/vuelo:
El día del bautizo se degüella un cordero: debe correr sangre orientada hacia levante. Se nombra por la sangre. En el umbral de la vida: cenizas/sacrificio.
El día de la circuncisión no se nombra: se hace entrega de la edad del hombre; pasaporte para el devenir de la virilidad. El signo encuentra su sitio dentro de otra violencia: lectura de las cosas.
La memoria total (erguida en las profundidades) está fuera del lenguaje. Sólo es posible una lectura desviada. Ella es visionaria y se sitúa más allá de lo real. El paralelo textual, no es sin embargo imaginario; se inscribe (se escribe) en el mismo cuerpo. Ese cuerpo quizá se ha fragmentado (multiplicado o dividido), pero conserva intactas sus cicatrices (tatuajes) su dimensión y su mirada. Ese cuerpo ha dejado de citar(se), ahora traza.
Lectura de la otra dimensión.
Imágenes de Paul McCarthy
Textos de Tahar Ben Jelloun, tomado de “Harruda”, Mondadori, 1991
Colaboración de Dolores Garnica