Desde Manuela hasta la patada en el culo, el impulso de hacerse justicia por propia mano es añejo y, como Medusa, tiene múltiples formas. Una es la que le ocurrió a cierta muchacha (pongámosle Cierta Muchacha) de cierta ciudad argentina (pongámosle Córdoba) cuando fue al cine y ciertos muchachitos (pongámosle las Victimitas) no pararon el desmadre y le impidieron el total goce y disfrute de la película Cuentos que no son cuento (pongámosle Bedtime Stories). Cierta Muchacha, de 21 años, tomó su botellín de gas pimienta y les roció las jetas a los parlanchines.
«Cuando llegué a la puerta del cine no podía creer lo que veía: los chicos lloraban a los gritos y algunos casi no podían respirar», contó al periódico Clarín Rodolfo Remondino, padre de un nene de 12 años.
Cierta Muchacha, según su madre consultada por Clarín, se encuentra muy arrepentida, consciente de que armó una “macana grande”. En lugar de detener el ruido que le impedía ver la película, Cierta Muchacha provocó una ola de gritos y llantos. Justicia a propia mano y, para colmo, contraproducente.
En ningún lado localizamos si Cierta Muchacha acudió a rellenar su botellín de gas pimienta o experimentará nuevas fórmulas. Del final de Bedtime Stories nadie dijo nada.
Creo que a todos nos ha pasado por la mente hacer algo violento cuando tu quieres ver agusto tu película y no te dejan, es desesperante. Estoy del lado de «cierta muchacha».