Los libros relacionados con el narco se han puesto de moda en nuestro país. Pero pocos han abordado este tema de manera tan original como lo hace El vuelo (Mondadori), la más reciente novela del escritor y periodista Sergio González Rodríguez. Mediante la historia de Rafael Asunción Vizcaya, un traficante del barrio de La Merced, se narra también el ascenso del comercio de estupefacientes en el México de la década de los sesenta. Lo más interesante es que, fiel a su estilo, González Rodríguez le da a su narración un giro esotérico, y transporta a su personaje a una dimensión paralela poblada de seres extraños y visiones poderosas, que le revelan claves de su pasado y de las personas que lo rodean. Lo que busca decirnos González Rodríguez con estos raptos místicos es que la historia de las drogas y el crimen no puede entenderse sin su relación con el mundo del inconsciente y de lo oculto. La novela mezcla con fortuna ambos territorios porque el “real” es tan misterioso como el onírico: hay llamadas secretas desde el lobby del Hotel del Prado, una curandera que afirma “es malo vernos en el espejo de noche, porque se tapa la vista”, una mujer que al ser acuchillada susurra “suave, un guante”, una ciudad cuyos muros son de “tezontle sanguíneo” y, sobre todo, El Señor, siempre El Señor: el poder detrás del poder que mueve todos los hilos mientras recomienda guardar silencio, porque los que callan duran más. Al final, el autor deja una sentencia: “La tierra de las ambiciones está abonada por los muertos”.
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