El hombre lanzó al mar una botella con un mensaje en su interior. Iba destinada “a cualquier diario de Guadalajara, México”. Me sorprendí al recibirla en Público: era un sobre enviado desde Puerto Rico, con una postal de Las Vegas firmada por Óscar del Valle, un coleccionista de billetes, sellos y postales.
Se trata de la primera carta por correo postal que llega a la Redacción en 2008. Si eso ya suena raro, pensar que llegó a su destino sin datos del destinatario es todavía más extraño. Ganamos muchísimo con la masificación de internet y la mensajería electrónica, pero perdimos el toque romántico del correo postal.
Del Valle no. Él vive en otro siglo, uno donde las comunicaciones interpersonales eran lentas y supeditadas a la fortuna y la buena fe. El cartero Francisco Rodríguez Torres me contó la historia: la carta llegó a Guadalajara al Correo de calzada del Águila y Washington; de ahí la mandaron a las oficinas de Venustiano Carranza e Independencia. Se la dieron a un cartero que pensó en “razonarla”, regresarla a Puerto Rico por información incompleta. Francisco dijo le que no, que él pasaba a diario por Público y se ofreció a llevarla.
Le platiqué a algunos amigos la anécdota de alguien que escribe al mundo para ver quién le responde. Me retribuyeron con sus experiencias personales. Uno me contó de cuando era adolescente y escuchaba la onda corta para cazar direcciones de filatelistas en América Latina interesados en intercambiar. Aún conserva algunos timbres.
Otro me contó del listado que distribuía la Deutsche Welle para hacer amigos postales en castellano. Pen pals, les llamaban los gringos: amigos de pluma. Él se carteaba con una argentina, en los tiempos de la Guerra de las Malvinas.
Eso es parte de lo que perdimos: lo romántico de los medios de comunicación del siglo pasado. Nos avasallaron el correo electrónico y las redes sociales, más rápidas, efectivas y de gratificaciones instantáneas… Una maravilla, por cierto.
Del Valle, supongo por su letra que hablamos de un adulto mayor, es un noño del siglo pasado, un clavadazo hambriento de incrementar su colección aunque eso le implique esperar a que regresen sus botellas del mar.