—¿Sólo ese poder tenía el pelón?
—No, es que no me dejaste terminar. También tenía una riata muy grande y me la comí para tenerla de ese tamaño. Pero ni madres. Ya pasaron muchos días y nomás no me crece. No sé si porque me la chingué cruda —dijo con cierta mansedumbre. Hasta sus hombros perdieron debilidad.
Gumaro de Dios, el caníbal, de Alejandro Almazán (2007)