En el principio fue el petróleo. La madre de algunas de las principales disputas del siglo XX –y del XXI, por supuesto. El director Paul Thomas Anderson, en plena madurez de sus impresionantes recursos narrativos, recurrió al pasado en There Will be Blood (Petróleo sangriento en México, actualmente en cartelera) para poder entender la locura y la insensatez del hombre contemporáneo. Mediante una fábula sobre los pioneros de la industria del llamado “oro negro”, que se remonta a finales del siglo XIX, manufacturó no sólo uno de los filmes más impresionantes del 2007, sino de lo que va de esta década. A su lado —y sin él hubiera sido imposible cristalizar esta cruel epopeya— tuvo al monstruoso Daniel Day-Lewis, quien —nos atrevemos a afirmarlo desde esta trinchera, y quien haya visto el filme, no podrá más que estar de acuerdo— es uno de los actores vivos más grandes que existen. No hay redención, no hay esperanza tras ver esta demoledora película, en la que las motivaciones de los personajes son la ambición desmedida, la manipulación y la misantropía en estado puro. Al final queda una advertencia: siempre hubo, hay y habrá sangre.