Mes: noviembre 2007

Actriz, directora de cine, guionista, novelista, cantante, DJ, madre de una hija… la italiana Asia Argento es una fuerza de la naturaleza. Recientemente, el sitio Cinematical la consagró como una de las siete mujeres más candentes del cine de terror, por su incursión en Land of the Dead (2005), del legendario George A. Romero. Vale la pena echarle una ojeada a la lista completa, pero en Sensacional D nos pareció además un inmejorable pretexto para rendirle homenaje a esta precoz diva, a la femme fatale más joven del cine europeo, a esta musa de la transgresión y el poder del cuerpo. Nos llevaría largo tiempo enlistar las numerosas virtudes de esta chica mala, pero baste con exaltar el inquietante ángel de Delvaux que parte de su pubis y aletea en sus ingles, para constatar el embrujo de sus diversos tatuajes. Como bien dice el título de su segundo largometraje, “El corazón es mentiroso por encima de todas las cosas”. Eso es lo que gusta de las rudas como ella: que nos mientan con su belleza inalcanzable. Como cierre, estas líneas del escritor mexicano Jordi Soler:

Nosotros y los perros nos quedamos aquí,
princesa,
aullándole al cielo que nunca vemos

…nosotros también. Sólo que no sabemos cuál de los dos: si Fabián Lavalle, el benévolo Fabiruchis de la televisión, o su agresor, el perverso y despiadado Alfredo Cervantes Landa, quien lo habría golpeado para exigirle el pago de sus servicios como sexoservidor.
Cervantes Landa sólo tenía una relación de “intercambio”… “intercambio”… “sexual”… “por dinero”, según la nota que montamos de Televisa (hasta que la retiren de YouTube, porque andan bravos con sus contenidos), donde se afirma que nuestro Fabiruchis le debía 11,500 pesos. Y dice Cervantes Landa, como dice la hermana de Fabiruchis, “el señor se desquicio”. ¿Tons, en qué quedamos?
En que la verdad sobre la supuesta contratación de Cervantes Landa, para ofrecer tres servicios sexuales, quedó en un caso de revuelo para los golosos de la farándula en México: los que se dedican a cubrir a las estrellas de pacotilla de nuestra magnífica industria del entretenimiento.
Aquí, la nota de El Universal, por si se quieren enterar de los detalles (nada recomendables, por cierto).

No se ha querido negar ni confirmar que el de la foto sea Banksy, pero por la escena y el resultado, existen elementos para creer que el artista británico fue captado por un transeúnte mientras pintaba un graffiti en una calle de Londres.
La imagen fue tomada con la cámara de un celular y muestra a un hombre con una brocha trabajando en el muro de una esquina. Una foto posterior de la AP presenta el resultado: una enorme flor que se integra al balizamiento, acompañada por un obrero con un rodillo manchado de pintura amarilla. La firma indiscutible de este provocador urbano, que ha alcanzado el estatus de artista comercial. Algo que, seguramente, no lo tendrá bastante contento.
La identidad de Banksy es un secreto, a pesar de los años que tiene trabajando y la fama mundial que han alcanzado sus trabajos, realizados incluso fuera de Gran Bretañas (como en un parque de Disney o sus intervenciones en museos de Nueva York).
Montamos las fotos, tomadas ambas del periódico español El Mundo, de algo que podría convertirse en una de las noticias más importantes del mundo arte contemporáneo del año.

Al francés Geoffroy de Boismenu hay que pedirle tregua: ¿será lo más porno que hemos visto? Sus imágenes son perversas: no hay manifestación exótica en el acto sexual, sino los instintos básicos de dos personas en acción. Y eso es lo perturbador.
El fotógrafo, de quien sabemos colabora para campañas publicitarias, de moda y farándula, también ha incursionado en la política, con trabajos para Amnistía Internacional. Su serie A Story of Sex está próxima a convertirse en un clásico del erotismo fino y desequilibrante: imágenes conmovedoras sin los fetichismos porno, para sumergir al espectador en la intimidad más pura. Son los vecinos del piso de arriba, nuestros amigos en un viaje, el solitario que te lleva las pizzas.
Una posibilidad de incursionar en la sexualidad, con escenas crudas y desprovistas de concepciones morales, como hizo Winterbottom con Nine songs: un paseo por la alcoba del deseo.
Además de A Story of Sex, Geoffroy de Boismenu ha creado una campaña para espectaculares donde muestra escenas de hardcore, para morbo y perturbación de los viandantes. Un capítulo lúbrico y subversivo.

Aquí, los links a la página de De Boismenu y a A Story of Sex, para escoger.

El rockero y videoasta Rob Zombie está obsesionado con el cine de serie B. Sus dos primeros filmes, House of 1000 Corpses y Devil´s Rejects, fueron dos excesivos homenajes a Masacre en cadena en Texas, y películas de culto para sus fans. Ahora, se aventuró a realizar el remake de Halloween, una tarea complicada no sólo por tratarse de un clásico, sino porque además la saga ya lleva ocho partes. ¿Qué queda por contar? Ante ese reto, Zombie aprovecha con efectividad una parte poco explorada de la franquicia: la infancia del asesino Michael Myers. Lástima que eso sólo le alcance para media hora de la cinta. Después, cuando Myers crece y lo vemos, como en todos los demás filmes, matando a la menor provocación, comienzan los bostezos. Es preferible rentar la original, que sigue sin envejecer.

—¿Eres licenciado o de derechos humanos?
—Ninguno de los dos. Soy reportero. Pensé que te lo habían dicho los custodios.
—Mmm. Da igual quién chingados eres. Yo soy Gumaro de Dios Arias, pero acá adentro soy el Caníbal.

El reportero Alejandro Almazán (Ciudad de México, 1971) está por publicar su segundo libro: Gumaro de Dios. El caníbal, la historia del antropófago de Playa del Carmen que, un día de diciembre de 2004, se comió algunos trozos de su novio, El Pelón, de entre 25 y 30 años. Nadie, ni el propio Gumaro, sabe quién fue El Pelón.
Gumaro de Dios Arias, entonces de 26 años, celebraba su acto con sorna: “Si me hubieran dejado, me lo hubiera comido todo”. En una ensalada con trozos de carne que, según dijo a la prensa y le reiteró a Almazán, “sabía a borrego”.
Una historia de un antropófago de a de veras, confeso y orgulloso, ahora que la prensa y la justicia capitalina pusieron de moda, con el caso del “caníbal de la Guerrero”, a los amantes de la carne humana, a los gourmets de la piel y las entrañas de amantes, vecinas, comerciantes. La historia de Gumaro en la pluma de Almazán, ganador tres veces del Premio Nacional de Periodismo por crónicas sobre narcotráfico, secuestro y asesinos a sueldo, quien concedió a este Sensacional D el primer capítulo de su investigación (presentamos algunos extractos).
El libro lo publica Random House Mondadori (México, 2007, 160 páginas) y se presentará en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Lleva una nota introductoria del escritor Élmer Mendoza.

Al final de nuestra segunda plática, Gumaro me preguntó con arrogancia si él era el único caníbal sobre la Tierra. Ignoro si lo desilusioné al contarle algunas historias tan o más estrambóticas, las cuales le restregaron que no era un ser inimitable.
Ha de ser por eso que supongo que en este instante muchos Gumaros caminan por las calles, los saludamos, se suben a los autobuses, trabajan donde trabajamos, les compramos o vendemos algo, comemos a su lado, quizá hasta son nuestros vecinos… Los miramos ahora mismo que estamos frente al espejo.

“Ese cabrón ya no es un ser humano, es un animal, un sádico”, dijo el taxista que me llevó hasta el irrisorio penal de Playa del Carmen. Luego, mientras del autoestéreo salía una voz lúgubre que nos recordó que ese día habría 31 grados, escuché las tantas fábulas que el conductor daba por ciertas, porque acá en la selva tropical se cuentan muchas cosas: dicen que no le dejó ni las uñas al difunto, que hacía brujería, que ya se ha comido a varios, incluso de su familia. Que está igualito a un nahual, que quiso morder a los policías cuando lo detuvieron, que permanece encadenado, que es extranjero porque los mexicanos no estamos tan pirados, que a lo mejor van a matarlo…

Entonces corría el rumor de que querían darle un escarmiento a patadas y puñetazos. Incluso pensaban violarlo, desgarrarle el ano con un cuchillo para que el infeliz pagara en vida su crimen. Así lo dictan las leyes en todas las mazmorras. Para su fortuna, le temían como a una peste inminente. Lo respetaban. Lo dejaban vivir sus trastornos allá en aquel rincón donde lamía el plato con pollo desmenuzado en escabeche, ése que hacía Lupita, la cocinera del penal.

Aquel sábado que lo vi era un mal día. No sólo estaba harto de la prensa que lo orillaba a personificar rasgos dignos de un esperpento. También atravesaba por el trance de la abstinencia. “Los nervios me hablan y me marean”, me dijo y empezó a andar de extremo a extremo. Detenido, pero en movimiento. Se comportaba como una bestia atrapada. Lo comprendí: qué agotador ha de ser ese lapso para alguien que desde los quince años supo lo que era dinamitarse el cerebro con cemento.

Con el tiempo supe que dentro de sus huesos se cagaba de miedo, sensación que sólo amainaba el jactarse de tener una mente con turbulencias.