A Érica García no se le calla. “A mí me gusta más el orto”, dijo en una entrevista para defender la letra de “Positiva”, de la que Gustavo Santaolalla insistió en grabar otra versión con la palabra “culo” en lugar de “orto”. A Érica no se le niega: “Adentro hay nieve (adentro de mi boca) y creo oír pasos, oír voces extrañas. Creo oler aceites. La menta blanca, la menta en mi pecho, mi hombre está lejano, viene con la niebla chorreando su verano”, dice en una de sus letras más voluptuosas: “Oh, oh, oh”.
A Érica no se le reprocha. Un día se fue y nadie supo nada. Hubo rumores: “Érica está en Los Ángeles. Está preparando su cuarto disco. No volverá a tocar. Es Dios”. Algunos eran ciertos. Otros no. Se despidió de Buenos Aires en noviembre de 2003 —dos años después de publicar su tercer disco, Amorama—. Hizo conciertos en Los Ángeles (el crítico musical Enrique Blanc estuvo en uno al que también fue Beck, como otro parroquiano interesado en la música), una gira en España, un comercial para la cerveza Quilmes y, a principios de 2006, reapareció en Clarín con una historia de amor y anuncios clasificados.
A Érica García se le recibe siempre. Un buen día de septiembre de 2006, salió de su tumba, más oscura que nunca, más folk que nunca, y presentó al mundo dos discos: Afternoon in bamboos, como parte del proyecto Mountain Party, y Lady Grave, como solista. Y Érica volvió a ocupar su lugar en el Altar de las Rockeras con Actitud.
Actualización (3.02.2007): Mujeres con cabello en la cara. Érica y PJ, chicas con actitud y peinados parecidos