Collage Pipenta: Claire Morgan

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Este reloj no funciona, aun cuando utilicé la mejor mantequilla.

La principal característica de esa mañana pudo haber sido la de pasar desapercibida; lo despejado del cielo y el clima templado lograban que fuera regularmente agradable (o agradablemente regular) como para no prestarle demasiada atención en un día rutinario (la contemplación suele verse más favorecida en los días de ocio).

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Una pequeña parvada de palomas cruzaba el cielo a velocidad promedio, visión que, también por su cotidianeidad, no hubiese sido más que un olvidado movimiento en la región periférica ocular, o mejor dicho, no hubiera alcanzado registro en la memoria como para ser olvidado: simplemente no hubiera existido o su existencia sería tan ínfima que apenas formaría parte del conjunto de todas las parvadas alguna vez vistas sin atención a lo largo de la vida (y en ese conjunto no entran, desde luego, las gloriosas y ocasionales visiones de enormes grupos de pájaros con impresionante despliegue de coordinación), más bien sería el conjunto de todo aquello que nos pasa de largo, acaso el recordatorio de lo que nos lleva a discriminar la gran mayoría de los eventos presenciados debido a nuestra limitada capacidad de atención y de admiración (limitada, sí, por amplia que ésta pueda ser).

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Pero una de esas palomas se desplomó repentinamente.

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Y lo inesperado junto con la nula resistencia resultó en bofetada al pavimento y pico sangrante.

De pronto estaba ahí su cadáver, acaparando la totalidad de esa mañana y de esos días donde no pasa nada más allá del rabillo del ojo. ‘Todo estable’ diría Newton con gravedad, ‘aquí no ha pasado nada, que yo sepa’ Pero él había parpadeado.

De pronto, estaba ahí la caída del ave; ahí el cambio brusco de dirección y de velocidad, el cambio de estado del ser y de la percepción del instante; ahí la duración, ahora indefinida, del mismo. Todo al mismo tiempo y con todo quiero decir nada, sólo el instante prolongándose indefinidamente.

He aquí, entonces, lo grave del suceso: la permanencia de lo efímero, su resonancia: la nulificación tiene vuelta de tuerca, ‘nada’ resulta ser ‘algo’ partido en trozos muy pequeños. Nada más continuo que esta interrupción. El ave está cayendo de golpe eternamente y es el guante blanco en la cara de la estadística (la que, estamos seguros, pondrá la otra mejilla). La ausencia está, y brilla. Resulta ser un espejismo.

¨ No puede ser verdad pero es un hecho. Solvitur ambulando ¨.  El ave cae como la flecha de Zenón de Elea.

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0 K, cero absoluto, todo se detiene en el límite inalcanzable dice la tercera ley de la termodinámica, ausencia de calor que es ausencia de movimiento (y sin embargo, conmueve), mesurable al menos, imaginable lo más.

Claro que esta paloma aun se encuentra lejos. La temperatura de un cuerpo cae más lentamente que su alma a los infiernos. No, su descomposición ya estaba dada, los parásitos la comían en vida, en muerte y en transición, `fue la causa` dijo alguno, ‘malditos bichos chupasangre y por si fuera poco, planos’, pero ellos de un bocado se llevaron el secreto a la tumba. Lenta agonía para una muerte súbita.

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Porque no son solamente las escasas probabilidades de ocurrencia del hecho lo que lo vuelven singular, no es el impacto de un golpe seco interrumpiendo el paso calculado en automático, no es el avistamiento del accidente, ni siquiera el asombro.

Es, que un ave cae (sin tener que caer).

Cae, eternamente.

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Texto: extractos de La gravedad, lo grave, and a shallow grave y La gravedad, lo grave, and a shallow grave. Intento II de Yara Patiño editados por Édgar Mondragón.

Imágenes: de la obra de Claire Morgan.

Colaboración de Édgar Mondragón

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