Casi llega Fotoseptiembre y su enorme caravana intentando inundar de imágenes a todo México. Uno de los descubrimientos de Pipenta, joven fotografía contemporánea nacional, Alberto Báez Munguía de ciudad de México, nos regala imágenes previas a sus exposiciones durante el festival en la capital y en Guanajuato, algo de la serie Altares, proyecto nacido de la inquietud por lo cotidiano, por ese teatro de objetos “que nos significa o representa, ante nosotros o ante los demás, en tanto que refleja un orden simbólico y un sentido metafórico personal”, explica.
Al fotografiar los objetos cotidianos, todos esos montones-altares que formamos poco a poco y que después se convierten en una especie de iconografía íntima, Báez enfatiza “el orden de los objetos en las construcciones y la tendencia a la acumulación absurda como signos de un tiempo, pero ahora como sinónimo de duración, o sea, de la permanencia de las personas en el mismo lugar de residencia que, a través de los años trae como consecuencia dicho amontonamiento producto de la adquisición y del sentido de pertenencia de los objetos”.
Este año, Fotoseptiembre “propone generar una Red de la Imagen, que permita tener un panorama del movimiento fotográfico en México, el cual, sin ser necesariamente exhaustivo, permite identificar algunos de sus núcleos más activos y de los fotógrafos más creativos, al tiempo en que promueve la emergencia de los nuevos sitios y artistas que se suman al campo de la fotografía y su difusión”.
Como buen cuervo-atesorador que me precio de ser, los «altares» que he creado se apilan por ahí y por allá acaso en un intento por unirse más tarde creando un único altar monolítico de proporciones bíblicas o cuando menos mitológicas.
¿Y por qué es esto posible? Un signo de los tiempos, no hay duda.
Al ver el espejo lleno de fotos nos queda claro (o eso me lo pareció) que nunca habíamos tenido la posibilidad de poseer tanto. Antes una foto era una reliquia única e irrepetible de la cual una familia podía ufanarse de tener una o dos. Ahora parecen confetti cuando las sacamos de la billetera.
Me pregunto qué pensarían los antiguos que sólo estaban acostumrbados a colecciones salomónicas inmensas en manos de los emperadores y poderosos invencibles.
Películas, monillos y todo lo que nos ha traído esta actualidad materialista demostrando que ya no queda espacio.
Nuestras computadoras no son la excepción, con espacios virtuales abarrotados que se expanden dentro de sí mismos.
¿Habremos de cambiar como cultura o simplemente seguiremos coleccionando nimiedades de una manera más eficiente?
Hay demasiadas cosas…