El mejor panadero es siempre un transgresor. Escudriña su masa, manosea su semilla y esculpe la obra que exhibirá en las repisas de su tienda. No es un trabajo sencillo, exige paciencia, apetito y muchos gramos de morbidez. Los resultados suelen ser conmovedores: cuerpos con contusiones, decapitados, ojos robados a sus dueños, órganos desmembrados y sangre. El buen panadero siempre recurre a la sangre. No falla.
El artista Kittiwat Unarrom es uno de esos clásicos de la panadería, de los hornos y la masa, del mandil emblanquecido y el rodillo en la mano. Tiene la experiencia del negocio familiar: sus padres son panaderos. Y tiene la arrogancia de la juventud: aún no cumple los 30. Estudia bellas artes en la Silpakorn University y ha pasado por lo clásico: ha pintado retratos, bodegones y cosas abstractas.
Lo suyo, lo suyo, es la masa, el chocolate, las pasas, la canela, los anacardos. “Cuando la gente ve mi pan, no lo quieren ni probar. Una vez que se animan, se dan cuenta que es un pan normal. La lección es no calificar las cosas por su apariencia”, ha expresado Kittiwat Unarrom sobre los torsos llenos de sangre o las manos amputadas que hornea.
Es originario de Bangkok, Tailandia, y se inspira en libros de anatomía, centrales forenses y museos.
Las foto las tomamos del Bangkok Day Tours. Más fotos aquí.