Tarde y con sueño. Así viene este post que versa, ya se ve, sobre el resultado de México contra Trinidad y Tobago. A estas alturas ya todo el mundo sabe el resultado —2-1, a favor del Tri— y, de la misma manera, ya todo el mundo sabe que el representativo nacional da lástima.
Luego de la exhibición dada en El Salvador el sábado pasado, lo menos que podía uno esperar de la Selección Mexicana era que saliera a triturar, por decirlo de algún modo, a los Trinitarios. Que, con el orgullo herido, demostraran que todavía son capaces de darle un paseo a un equipo, aunque sea en casa y con su afición. Que todavía tienen dignidad para demostrar que el fútbol en México tiene otro nivel porque aquí sí son profesionales de tiempo completo, ganan bien y tienen todas las condiciones a su favor. Pero nada. Nada de nada.
La Selección no juega. Y pueden traer al técnico que quieran. Pueden, incluso, hacer un consejo de técnicos con los mejores estrategas del mundo. Con esos jugadres que parecen vedettes no van a llegar a ningún lado. Y a Aguirre no le ayuda nada su convocatoria: puros jugadores que o están viejos —el Conejo, Pável, Cuauthémoc— o no juegan en sus equipos —Nery, Guille, Maza— o no están en su mejor momento —Guardado, Giovanni, Osorio, Torrado. Y todavía hay quién se pregunta por qué la Selección no anda.
México, otrora «potencia» de la región, es ahora un equipo que impone, sí, pero impone lástima. Con todo y sus jugadores «europeos», con todo y sus grandes figuras caseras, con todo y el seleccionador que nos iba a sacar del bache. Aguirre prometió ganar, golear y gustar. Ganaron, sí, de chiripa. Golearon, sí, pero a los fotógrafos que estaban detrás de las porterías —y a uno que otro aficionado de las primeras gradas. Gustaron, sí, nos gustaron para que se vayan mucho a mingar a su chadre.
Y ya mejor ahí le dejamos, porque ya nos enojamos.