Me acaban de presentar al Angry Video Game Nerd y caí rendido a su club de fans. Se trata de un aficionado a los videojuegos, originario de Nueva Jersey, que protagoniza sus propias críticas de los productos más miserables que han salido al mercado en las distintas consolas, de la Commodore 64 al NES, Super Nintendo, Nintendo Virtual Boy, Atari y Sega. Tanta furia y desesperanza en las reseñas del Nerd se ganaron un huequito en mi corazón.
Se llama James Rolfe y en 2004 comenzó su odisea de venganza contra los videojuegos chafas, sobre todo producidos en los ochenta y noventa, que le obligaron a pasar horas inútiles en el reto de terminarlos. A la fecha lleva 55 episodios, además de algunas producciones donde habla de monstruos cinematográficos o de las mejores escenas de acción, y sin extras, en las películas de Jackie Chan. El formato es bastante sencillo: vemos al ñoño en su habitación, presenta el episodio y los siguientes minutos son demostraciones de por qué el videojuego de los Cazafantasmas, por ejemplo, es pura cochinada. Siempre es igual y siempre es pura diversión.
Uno termina las presentaciones con la sensación de que los videojuegos han hecho perder el tiempo a muchísimas personas, pero que ha valido la pena: cada vez los videojuegos están mejor programados y cuentan con menos situaciones absurdas, como las que critica el ñoño de Nueva Jersey.
A diferencia de la literatura, la pintura o la música, que pueden ser obra de una sola persona, en la realización de los videojuegos participan cientos o miles de personas, para integrar en un solo producto interactivo esas tres artes y elementos de informática. Los videojuegos recorren géneros dramáticos, corrientes gráficas y tendencias musicales.
No me sorprende que Alemania los haya incluido, desde agosto pasado, en el Consejo de Cultura, como otra de las áreas de gestión de la política cultural de ese país. Los videojuegos son cultura, tanto como el teatro, el cine o la escultura. La diferencia con la cultura tradicional es que los juegos de video son interactivos, están hechos para “usarse” y no sólo para admirarse. Permiten a los usuarios ser parte activa de la contemplación.
La casita del árbol es privada. Está en el jardín de una cabaña que rentan en Mazamitla si te interesa te paso los datos. Esta muy bonita y tiene una vista hermosa.