Ese objeto de deseo

Columna aparecida en Público el 27 de abril

En mi lista de pendientes está cambiar mi traqueteadísimo Nokia 3220. Hace meses le rompí la carátula, se le caen los botones y la cinta adhesiva con que sostengo la tapa me raspa. Pura cochinada. Entre las opciones está un poderoso BlackBerry, un telefonito con acceso a internet satelital, reproductor multimedia, cámara de dos megapixeles, teclado completo, trackball, bluetooth… Pura emoción.

Seguro Rafael Quintero Curiel tenía el mismo pendiente, a la onceava potencia. El miércoles, al término de la cumbre presidencial de Nueva Orleáns, el mexicano intentó “rescatar” algunos BlackBerry. Lo imagino en la sala, al término de la reunión de Calderón, Bush y Harper. Él y su alma frente a los teléfonos, sin dueños a la vista. El regreso a casa en unas horas. La inmunidad diplomática. ¿Qué podía salir mal? Maldito Servicio Secreto.

Al jalisciense le sabotearon el plan de poseer, no uno, ¡un puño! de BlackBerrys, uno de los mejores dispositivos móviles que integran teléfono, acceso web y herramientas multimedia. Este aparato llegó ocho años antes que el iPhone, el dispositivo de Apple considerado producto del año en 2007. También llegó antes que toda la serie N de Nokia, que tiene verdaderas joyas como el N95, integrado por los reporteros de la agencia Reuters en su equipo de trabajo.

Estéticamente, el BlackBerry es un teléfono serio, formal, sin diseños extravagantes ni coqueteos “modernos”, a diferencia del iPhone, con toda su mercadotecnia dirigida a jóvenes, y del N95, con mucho acento en la reproducción de música y las aplicaciones fotográficas. Su posicionamiento en el mercado lo consiguió con sus servicios de correo electrónico.

En febrero se registró una “caída” del servicio de conexión de los BlackBerry que afectó a doce millones de usuarios. Fue “como cortar los cables telefónicos o el colapso total de las líneas telegráficas hace un siglo. Esto aísla a la gente de una forma que es en verdad increíble”, declaró el legislador canadiense Garth Turner.

¿Le habrá dado taquicardia a Rafael Quintero cuando vio los aparatos, solitos, en una mesa del Windsor Court Hotel? No sé si pensó en las características del teléfono, lo cierto es que no reparó en las repercusiones de su “rescate”. Un objeto de deseo que le costó su chamba en el organigrama presidencial.