8:40 am
La vida es un infierno azul. Los cuerpos se apelmazan dentro del estómago metálico de la quimera rodante y la escena, poco a poco, adquiere las características de un grabado de Durero. ¿Qué pecados expían quienes, día con día, padecen el apretujamiento, los empujones y los humores colectivos, el furtivo repegón en las nalgas que, ante el contacto con sus semejantes, despiertan sobresaltadas? Será que los peatones no van, nunca, al cielo.
8:45 am
El conductor del Macrobús parece dispuesto a comprobar, en cada estación, qué diablos es eso que algunos llaman inercia. Los usuarios, sin embargo, lo saben muy bien: es la capacidad que un operador de transporte público tiene para arruinarles la vertical —y la individualidad— pasando, rápidamente, del furioso acelerador a la certera presión del freno. Cachete con cachete. Ombligo con ombligo.
8:46 am
El Macrobús, esa bestia lovecraftiana de metal y tentáculos informes constituidos por cuerpos humanos, escupe algunos pasajeros. Como en una visión apocalíptica, por cada uno que sale entran dos. El coro se enciende y aquello pasa de una placa de Durero a una relación dantesca. Volteo en busca de alguna Beatriz a la cual rescatar o por lo menos, como Borges, decirle: “Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy González”.
8:47 am
“¡Ay!”. “¡Permiso!”. “¡Bajan!”. “¡Uy!”. “¡Órale!”. “¡Cómper!”. “¡Ay!”. “¡Uy!”. “¡Qué la chingada!”. “¡Bajan!”. “¡Aguas!”. “¡Ay!”. “¡Ahí voy!”. “¡Uy!”. “¡Por allá!”. “¡Ayayayay!”. “¡Grrr!”. “¡Aquí!”. “¡Me lleva!”. Y, efectivamente, se lo lleva. Un hombre, al final del vagón, consiente los oídos de la fina concurrencia con un exabrupto que genera suspiros de aprobación, acaso de aquellos que, en medio del apelotonamiento, entienden de lo que habla: “El Macrobús nos partió la madre”. Y la calzada.
8:52 am
Hace un año, en marzo de 2009, el monstruo se tendió, cuan largo es, sobre la calzada Independencia. Desde entonces sus vástagos recorren la vía a toda velocidad mientras la bestia los alimenta: como son pocos, se atragantan y no abandonan el ágape carnívoro ni por educación. Con sus barrigas a punto de explotar, continúan devorando a los incautos que, una vez dentro, verán digeridos optimismo, ganas y amabilidad. Comida enlatada.
8:58 am
Sebastián Nieto, director del Macrobús, declaró hace unos días a Notisistema que no habrá aire acondicionado en las entrañas del monstruo, aunque el sentido común y el calor dicten lo contrario. Cuesta mucho, opina, y los gastos no salen. La misma lógica priva, hemos de suponer, en el hecho de que no haya más unidades, de que la prole de la bestia sea tan reducida: la sierpe azul, solazándose en su gordura, procura generosos dividendos a sus beneficiarios.
8:59 am
“¡Ay, cabrón!”. “¡Aguas!”. “¡Bajan”. “¡Voy!”. Evasión. La mente se pierde. Anulada la individualidad, las neuronas componen un recuerdo, quizá, del siglo pasado: un slam con dedicatoria al Metro defeño que lo mismo apela a nuestra terrible, macrobusiana, azul y tapatía contemporaneidad: “El Síndrome del Punk viaja en el Metro, la máquina donde se maquila el sexo, se fabrica y se regala el sudor. Así para poder llegar a tu destino ocasional”. Ay.
9:10 am
Soy un animal. Menos que eso: un desperdicio. Soy la masa y estoy equivocado. Bañado en los jugos gástricos del Macrobús, soy expulsado del vientre calentísimo de la bestia y entiendo que haría falta un valium para sobrellevar tanta desesperanza. Miro el reloj de la estación y aparece el desasosiego. La diferencia entre el cronómetro que llevo en la muñeca y el del monstruo es de diez minutos. Mi medidor personal de segundos, compruebo, no está atrofiado. Tampoco el de la bestia. He viajado en el tiempo. Y el futuro es horrible.
9:11 am
Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy González.
cronica: Mariño González/fotografía: cortesía de Giorgio Viera
¿Dónde quedaron los elefantes blancos?…i´ve seen the future, brother; it is murder…
Brillante recorrido por el infierno.
simplemente me encantó. Mariño no te conozco pero eres grande!
Favorita. Quiero más de estos post.