El Festival Internacional de Cine de Guadalajara no es otra cosa que una ventana al alma de Iberoamérica. Cada año, las pantallas de Guadalajara se olvidan de la melosa industria norteamericana para dar paso a un despliegue de talento acojonante. De entre las sombras van surgiendo narradores excepcionales que viven sus carreras en el anonimato, víctimas de esa extraña censura que el mercado impone. Pocas veces se puede ver un documental en cartelera y mucho menos una película salvadoreña, uruguaya o cubana. Pocas cintas son exhibidas sin subtítulos o sin necesidad de ser dobladas al español. Pero, de pronto, a finales de marzo, los proyectores se encienden y la oscuridad del túnel termina. Siete días de luz en Guadalajara. Siete días y nada más.
Basta echar un ojo a la numeralia del encuentro cinematográfico para darse cuenta de lo que implica el festival en su vigésima quinta edición:
- 229 películas
- 173 largometrajes
- 250 directores
- 411 funciones.
Y pensar que a lo largo del año el número de películas en español (que no dobladas) exhibidas en cartelera no pasa la docena. Así de grande es el valor del festival. Una oportunidad única para conocer la voz de Iberoamérica, gritando a coro que sí hay quien cuente nuestras historias. Talento sobra, lo que falta son oportunidades y, finalmente, es eso lo que busca hacer el festival: abrir puertas y tender puentes. Aquí, algunas de las cintas y actividades del programa.
After. España, 2009
Algunas veces el cine se empeña en recordarnos lo mierda que es la vida. Lo cual es bueno, porque tendemos a olvidarlo. After es la cuarta película dirigida por Alberto Rodríguez, quien ya había demostrado su valía como narrador en la cinta 7 vírgenes, ganadora de la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián. En esta ocasión nos cuenta el reencuentro de tres rucos cuarentones, amigos desde la adolescencia, quienes aprovechan la noche para dar rienda suelta a sus impulsos. Manuel, Ana y Julio intentan olvidarse de su vida como adultos a la vieja usanza española: alcohol, cocaína y sexo, mucho sexo. Huyen de una vida vacía, en la que a duras penas se reconocen en el espejo. Alberto Rodríguez sorprende con una cinta impecable en la que las acciones dicen mucho más que los diálogos, dando volumen a los personajes para volverlos de carne y hueso.
Cefalópodo. México, 2009
Sebastián es un pintor vasco que viaja a México con la idea de superar al muerte de su novia. Este es el pretexto que toma Rubén Ímaz, director de Familia Tortuga, para contarnos una historia de amor que busca dibujar los contornos internos que deja la partida de los seres queridos. El resultado es una película honesta en la que cada escena nos acerca al espíritu de su protagonista mediante una fotografía que muestra los contrastes de un país vasto geográficamente. Rubén Ímaz confirma su talla dentro del cine de autor.
Un profeta. Francia, 2009
Haciendo honor a Francia como país invitado, el vigésimo quinto Festival Internacional de Cine en Guadalajara dio inicio con una gala que concluyó con la proyección de Un prohete, cinta francesa galardonada con el Gran Premio del Jurado en Cannes 2009 y nominada como mejor película extranjera en la pasada entrega de los oscares.
Dirigida por Jacques Audiard (The beat that my heart skipped), la cinta relata la historia de Malik El Djebena, un joven de orígenes árabes que ingresa a prisión como un don nadie para cumplir una condena de seis años. Sin saber leer o escribir comienza a trabajar para la mafia corsa, siendo así como va ganando poder dentro de la cárcel. En el camino conoce a una serie de personajes que abran de darle las herramientas necesarias para sobrevivir.
La cinta intenta dar voz a un sector olvidado por la filmografía francesa, dando fe de un país que se enfrenta a un naciente mosaico multicultural. A través de los barrotes observamos una recreación de la vida en la cárcel que raya en lo documental, cuestionando así la validez del confinamiento como un método de rehabilitación. El resultado es una cinta que atrapa de principio a fin, en la que el protagonista evoluciona frente a nosotros, haciéndonos testigos de una historia épica narrada con la elegancia característica del cine europeo.
Barry Gifford y el Talent Campus 2010
La historia de Gifford es peculiar. Su padre era un extraño personaje, presuntamente estafador, que se vio obligado a viajar continuamente, llevando a sus hijos a través de un desfile irremediable de moteles y carreteras. Más tarde, recién alcanzada la mayoría de edad, Gifford abría de hacer un viaje por Europa en el que desarrollaría diversos oficios, consolidando su vocación como poeta. Cuando finalmente se acercó a la narrativa lo hizo mezclando el film noir con la literatura beat. El resultado es una serie de novelas que cautivarían a David Lynch, quien acosaría a Gifford para obligarlo a desarrollarse como guionista. Sobresale la manera en que su obra remite continuamente a la relación entre Estados Unidos y América Latina, siendo la frontera norte de México uno de sus escenarios favoritos.
Gifford estuvo presente el viernes en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, donde, en compañía del director mexicano Antonio Urrutia, sostuvo un dialogo con los jóvenes inscritos en el programa Talent Campus. De apariencia afable y sonrisa despreocupada, compartió sus experiencias junto a Lynch. Sostuvo que el lenguaje literario no tiene nada que ver con el cine, por lo que nunca espera que sus adaptaciones a la pantalla sean idénticas al libro. Concuerda con que el guión es un plano que luego debe adaptarse a diversos factores que surgen dentro del rodaje para así dar profundidad a la cinta. Aunque admitió que ha sido participe de ambos extremos, tanto de la adaptación exacta de una obra literaria (Wild at heart) como del guión que se escribe al vuelo, a merced del buen director (Lost highway). Pero concluye que el trabajo del guionista no va más allá de escribir, siendo innecesaria su presencia en el set.
Sorprende que a pesar de tener una obra extensa, admite que nunca se para frente a una hoja en blanco. Sólo se deja abordar por la intensa necesidad de escribir, ayudado por la compañía inseparable de su cuaderno y su pluma. Concluyó que en realidad nadie tiene una buena razón para hacer cine, la necesidad de contar sólo nace y no tiene por que ser explicada. “Hacer cine», dijo, «no es una actividad académica”.
textos: Alejandro Aguirre/foto: Luis Ponciano