Se apaga la luz en el área de espectáculos de FIL Niños y el griterío comienza. Un haz de luz ilumina la figura de un hombre sentado en un banco. Está vestido con pantalón a rayas y sostiene en sus manos un gran acordeón. No hay escenografía ni utilería, el espectáculo que está a punto de comenzar: depende de la capacidad histriónica de una sola persona para mantener la atención del público.
Matija Solce, el titiritero eslovaco del acordeón, lo logra.
Valiéndose solamente de sus dos manos, un pañuelo y unas pequeñas máscaras con las que se cubre los dedos índices, narra irreverentes anécdotas por medio del personaje tradicional del teatro napolitano: Pulcinella. El Pulcinella de Solce es un pañuelo blanco que revolotea alrededor de su mano a veces extendida, a veces cerrada. Sobre el dedo índice, una pequeña máscara negra hace las veces de la cabeza del personaje.
Solce les dice a los niños que Pulcinella tiene más de 500 años. Y en efecto, el desparpajado personaje que finge ser demasiado estúpido como saber que está pasando, y que suele tundir a golpes a quien se deje, es un personaje clásico del teatro italiano desde el siglo XVII.
Difícilmente algún niño se aburre. Solce igual toca su acordeón que lo transforma en las fauces de un terrible monstruo que amenaza con tragarse vivo a Pulcinella. Igual su mano derecha se convierte en un perro que en un flautista que desea tundir a palos a su insoportable contertulio. Al final, Solce toca música tradicional italiana seguida de una movida salsa —a petición de los chavitos, quienes no dejan de corear ¡México, México! — y el foro de FIL Niños se convierte en una fiesta, los niños, invitados por Solce y tal vez contagiados del burlón protagonista, suben al escenario a bailar pero una malhumorada maestra los baja cortando el espíritu festivo.
Pulcinella la hubiera sacado. Sin duda.
Texto: Diana Martín
Fotos: Tania Ochoa